Por Fernando Vialli Ávila Campos

El artículo trata sobre los oficios de zapateros y sombrereros a domicilio en la ciudad de México durante el primer tercio del siglo XX. Estos trabajadores confeccionaban zapatos y sombreros que eran entregados a otros establecimientos como tiendas de ropa, sastrerías o fábricas. El trabajo a domicilio se caracterizaba por desarrollarse en pequeños talleres improvisados en los hogares de los trabajadores, al interior de vecindades viejas, insalubres y derruidas del centro de la capital mexicana.

El trabajo a domicilio 

En este modo de producción se empleaba la mano de obra familiar que muchas veces dependía de las órdenes de un contratista que fungía como intermediario entre los patrones y los trabajadores. Los patrones eran los dueños de los establecimientos y además inversionistas de capital, tanto nacional como extranjero. La figura de los intermediarios era determinante porque además de obtener ganancias monetarias debido a la subcontratación de los trabajadores, en muchas ocasiones las fábricas, los talleres y otros establecimientos les concedían los derechos de producción a destajo para llevarse a cabo en las viviendas de los trabajadores. Estos personajes habilitaban las materias primas a los trabajadores y algunos insumos para la elaboración de los productos. En este caso los sombrereros y zapateros ponían por su cuenta el resto de los materiales y herramientas necesarias para la reproducción de sus oficios. 

Los trabajadores a domicilio recibían salarios muy bajos que eran pagados a destajo. Esto quiere decir que obtenían ganancias por pieza elaborada y no por jornal. Sus percepciones monetarias dependían de la cantidad de productos elaborados en determinado tiempo, de modo que sus ingresos se medían en función del ritmo de producción autorregulado. 

Cabe mencionar que las cifras salariales eran impuestas por los establecimientos a los que se entregaban las mercancías, de las cuáles los trabajadores debían descontar el gasto de materiales, combustibles y parafina para alumbrarse. A ello, hay que agregar que los intermediarios se apropiaban un porcentaje de los pagos, lo cual mermaba aún más sus ganancias. 

Los oficios de zapateros y sombrereros a domicilio han sido poco abordados por la historiografía social dedicada al mundo del trabajo en la Ciudad de México, durante las primeras décadas del siglo XX. En la industria del calzado los hombres predominaban en la producción de zapatos desde el siglo XIX, aunque también había trabajadoras que, en el siglo XX, se emplearon en la producción de calzado. Asimismo, en la fabricación de los sombreros las mujeres tenían una participación trascendental en el proceso de producción. 

En un mismo espacio confluían costureras, botoneras, modistas o cachucheras cuando se dedicaban a la producción de sombreros de fieltros y otros materiales que necesitaban del uso de las planchas para dar los acabados de los productos y entregar mercancías elegantes. Habitualmente estas trabajadoras se empleaban en sombrererías ubicadas en las zonas comerciales de la capital mexicana que confluían con sastrerías, casas de moda y tiendas departamentales. También, en esos lugares se daba trabajo a domicilio para completar la producción en los hogares, donde la mano de obra infantil tenía una labor protagónica.

El pago a destajo por el trabajo a domicilio era un rasgo distintivo que se mantuvo desde mediados del siglo XIX. De esa forma también se retribuía la labor de los sastres y las costureras que entregaban diversos tipos de ropa para las tiendas departamentales, como La Ciudad de Londres o El Palacio de Hierro, y para sastrerías de maestros artesanos que habían establecido sus negocios. 

Los sombrereros 

El oficio de los sombrereros a domicilio era habitual en las viviendas de los trabajadores y en pequeños cuartos de vecindades de la Ciudad de México. En esos espacios había trabajadores como Hipólito Pacheco, quien era un sombrerero a domicilio que se dedicaba a la producción de sombreros de palma. Este sombrerero había improvisado en su vivienda un taller insalubre ubicado en la calle de Peluqueros, número 35. Por la elaboración de 5 piezas al día, que se hacían en horarios irregulares, le pagaban 12 pesos que apenas le alcanzaban para satisfacer sus necesidades básicas. Entre sus gastos domésticos estaba el costo de alquiler, la alimentación, la vestimenta y el aseo cuando le sobraba un poco de dinero. 

Mujer tejiendo sombrero de palma, ca. 1905. Colección: Fototeca Nacional, INAH. Imagen tomada de: https://mediateca.inah.gob.mx/.

Aunado a estos gastos el sombrerero debía descontar los materiales, combustibles, herramientas y el resto de los insumos que el trabajador usaba en la hechura de sombreros. Los dueños de los establecimientos, por su parte, se ahorraban los costos de producción que implicaba laborar en talleres y en otros espacios regulados. En su caso, subcontrataban mano de obra barata y fácil de sustituir que atendiera la demanda de esos artículos de la indumentaria. 

En un taller de sombreros ubicado en la calle de Brasil, número 5, trabajaban tres costureras en la confección de sombreros para damas. Su salario mínimo por cada pieza elaborada era de 1.75 pesos; vivían en un taller pequeño que se encontraba al lado del zaguán de la puerta principal de la vecindad. Estas costureras no remitían horarios de trabajo a los inspectores del Departamento del Trabajo porque eran indistintos. A veces podían combinar horas de confección de sombreros, tanto en la mañana como en la noche, como sucedía con las costureras de prendas finas y los saqueros que entregaban ropa a sastrerías particulares.

Por otro lado, había sombreros que se elaboraban con pelos de castor o vicuña y de otros materiales, como los fieltros. Para el primer caso, primero debía separarse el pelo duro de los más largos, para que después se les colocara un material químico y ensortijarlo. En el segundo caso, una vez que se limpiaban las telas y se ensamblaban las partes de los sombreros se les agregaba laca, revuelta con alcohol y se aplicaba la felpa, con una plancha caliente, que se hormaba y cortaba. Por último, se daba paso a la confección de los sombreros donde las mujeres cosían cada una de las partes y colocaban las guarniciones con la ayuda de los aprendices que eran parte del mismo grupo doméstico.

Los zapateros 

Los zapateros, por su parte, también reunían en un mismo espacio a varios trabajadores que realizaban tareas específicas del oficio. Era poco habitual ver a zapateras en los talleres, aunque sí participaban mujeres en el proceso de producción dentro de las unidades domésticas. Era común ver al interior de los talleres a los ensueladores, taconeros o desviradores. Cada uno de estos trabajadores se encargaba de elaborar una parte del producto. Mientras que unos zapateros colocaban las suelas y le daban forma en las máquinas desviradoras, otros lijaban los tacones y cosían o daban los acabados a los productos. 

Dentro del oficio de zapateros también había jerarquías laborales. Estaban los remendones que se dedicaban a composturas sencillas cuando se les requería y los zapateros que elaboraban las piezas completas. Los trabajadores que hacían reparaciones no podían medir los índices de producción por pieza, jornada o a la semana porque había días en que no tenían trabajo. De una pequeña muestra de 18 zapateros encuestados por el Departamento del Trabajo, en 1921, el 38% se dedicaba a la reparación de calzado en sus pequeños talleres, mientras que el 61.1% elaboraba piezas completas.

Zapatero trabajando en la calle, ca. 1930. Colección: Casasola, Fototeca Nacional, INAH. Imagen tomada de: https://mediateca.inah.gob.mx/.

De ese pequeño grupo de trabajadores, Leonardo Rodríguez era un zapatero que tenía su taller en la calle de Camargo 87-B. Por una jornada de 6 a 8 horas diarias, elaboraba 12 pares de zapatos y ganaba 12 pesos a la semana (1.71 pesos al día). Este zapatero se hacía cargo de la manutención de su hogar, conformado por sus padres y un hermano menor. Con su salario podía costear una canasta básica compuesta de carne de res de segunda categoría, legumbres, harinas y pulque. Este zapatero, al igual que el resto, ponía por su cuenta los instrumentos de trabajo y descontaban de sus ganancias los gastos que implicaban darle mantenimiento a sus herramientas, así como la compra de algunos materiales indispensables para la producción de zapatos.

Los zapateros también vivían y trabajaban en espacios reducidos y antihigiénicos. El zapatero Regino Valencia tenía su taller en la calle del Trabajo, número 186. A la semana ganaba 7.50 pesos por trabajo variable en su taller. Además, tenían que soportar las enfermedades que a diario les aquejaban a ellos y a sus familiares. El zapatero Regino sufría de anemia y a pesar de que percibía salarios bajos, se hacía cargo del sustento de su núcleo doméstico conformado por 5 integrantes: el zapatero, su esposa y tres hijos menores. 

También había talleres muy reducidos de 2.5 por 3 metros y accesorias pobres de vecindades que apenas si tenían una puerta por donde lograba entrar un poco de aire y ventilar los espacios de producción hacinados. En un taller de la 6ª calle de Guillermo Prieto trabajaban cuatro zapateros que estaban a cargo del maestro José Rivas. Tres de los zapateros estaban casados y había uno soltero. Sus salarios eran a destajo y el máximo que recibían era de 2.50 pesos y el mínimo de 1.50 pesos. Su jornada de trabajo variaba, pero no pasaba de las 8.5 horas diarias.

El taller a cargo de Rivas estaba adaptado en una accesoria con tapanco y contaba con una máquina de coser Singer. Este local estaba en malas condiciones de higiene, lo cual hacía insoportable el olor y la convivencia diaria entre los zapateros. Los sueldos se dividían según el grado o jerarquía laboral. Los ensueladores ganaban 2 pesos cuando colocaban suelas corridas, mientras que la media suela tenía un precio de 1.50 pesos. Lo más barato en cuanto a costos de producción era la colocación de tapas de madera a los tacones, las cuales se cobraban a 25 centavos. 

Los talleres fueron objeto de una detallada revisión higiénica. En 1921, en un reporte de inspección higiénica dirigido al jefe del Departamento del Trabajo, se mencionaba que en una accesoria de la casa número 111, ubicada en la calle de Matamoros, habitaba un zapatero que trabajaba en compañía de su esposa y dos niños. El inspector médico, al respecto, acusaba lo siguiente: “El aspecto de esta pieza es desastroso por su desaseo y el amontonamiento de trastos y objetos sucios y viejos”.

Muchas veces estos talleres operaban como departamentos externos de las fábricas zapateras donde era más habitual ver a las mujeres trabajadoras. Las zapateras se empleaban para la United States Shoe Factory y para la fábrica Excélsior, propiedad de Carlos Zetina. Entre sus labores principales destacaba el corte de las suelas y el ensamble de cada una de las piezas que conformaban un zapato. 

Obreras trabajando en una fábrica de zapatos, ca. 1922. Colección: Casasola, Fototeca Nacional, INAH. Imagen tomada de: https://mediateca.inah.gob.mx/.

Conclusión 

En suma, estos trabajadores a domicilio compartían una realidad similar al resto de los trabajadores dedicados a la indumentaria. Tenían salarios bajos, el núcleo familiar era imprescindible en el proceso de producción, la división del trabajo se daba al interior de las unidades domésticas de producción. Con respecto a los sombrereros y zapateros, las actividades se realizaban en función de las habilidades y destrezas de cada trabajador. 

Los cachucheros, las enrolladoras de palma, los ensueladores o taconeros, imprimían en cada pieza elaborada sus años de experiencia. Algo que es importante mencionar es que en ocasiones la figura de los intermediarios se diluía, aunque no desaparecía por completo. Las experiencias de trabajo en la industria del vestido dan cuenta de una realidad exógena a la mirada de capataces o de cualquier régimen de autoridad, salvo cuando había una conexión entre fábricas y talleres domiciliarios. 

Sin embargo, cuando los productos se entregaban a otros establecimientos como tiendas departamentales, sastrerías o cualquier otro negocio, el ritmo de trabajo y la disciplina laboral eran autorreguladas y las unidades domésticas operaban en función de sus necesidades materiales. Además, en los espacios de trabajo reducidos e insalubres se conformaban un lenguaje común de trabajadores urbanos dedicados al mismo oficio, el cual podían transmitir generacionalmente y entre otros grupos de trabajadores como los sastres y las costureras.

Basterrica Mora, Beatriz, “El sombrero masculino entre la reforma y la revolución mexicanas: materia y metonimia” en Historia Mexicana, número LXIII, 4, 2014, p. 1651-1708.

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Una respuesta a “Zapateros y sombrereros en la ciudad de México: el trabajo a domicilio”

  1. Avatar de Sergio Paolo Solano
    Sergio Paolo Solano

    Excelente labor de divulgación de los oficios. Un trabajo necesario en un contexto en el que las revista institucionales han uniformado un formato harto y monótono que no deja espacio para llegar al grueso público. Felicitaciones

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