Por Cristina V. Masferrer León
Imagina que estás en la Ciudad de México, pero no el día de hoy, sino en el año 1576. Caminas por las calles de la capital de Nueva España, tal como se conocía a México antes de la Independencia, y observas una realidad sumamente diferente a la actual: las construcciones eran diferentes, había iglesias y conventos importantes, hombres y mujeres de todas las edades usaban vestimentas diferentes y, en lugar de vehículos motorizados, la gente se movilizaba en caballos o incluso en sillas que cargaban dos hombres. Era notoria la presencia de personas indígenas, es decir, de diversos pueblos originarios, así como de españoles y otros europeos, también había asiáticos y una importante presencia de africanos y afrodescendientes.
En ese mundo vivió Catalina, una niña de diez años que hace más de cuatrocientos años residía en la ciudad de México. Ella no vivía con su papá, ya que debía trabajar en casa de un señor llamado Antonio de Pedraza, mientras que su padre, Gaspar, trabajaba con Diego Caballero. No sabemos nada de su mamá, pero sí sabemos que Catalina escapaba de vez en cuando de la casa donde vivía para ver a su papá; seguramente lo extrañaba y lo necesitaba. Gracias a sus acciones, dicha relación familiar se mantenía. Como ella, había miles de niñas y niños afrodescendientes que debían trabajar en casas, haciendas o conventos, a veces cerca de sus madres, padres u otros familiares, pero, en ocasiones, separados de ellos.
La ciudad de México era la capital de Nueva España y, por lo tanto, un centro político, económico, social y cultural central, pero no sólo allí había niñas y niños afrodescendientes, sino que en todas las regiones del virreinato hubo niños de origen africano: tanto en las grandes ciudades como en los puertos, o en pequeños pueblos y villas ubicados en el centro, el sur o el norte del amplio territorio. En cada uno de estos espacios sus actividades laborales eran diversas, muchas veces apoyando a personas adultas o haciéndose cargo de las labores ellos mismos. El trabajo de niñas y niños muchas veces ha sido subestimado o minimizado, sin embargo, se puede asegurar que representaba una contribución económica significativa, pues de otro modo no se hubiera recurrido a su trabajo.
¿En qué consistían las contribuciones económicas de las y los niños afrodescendientes en Nueva España? Algunas personas los vendían, hipotecaban, donaban a las iglesias y conventos, o los entregaban como parte de dotes a las mujeres al casarse. Estas transacciones comerciales, en las cuales lamentable e injustamente se veían involucrados, implicaban en sí mismas aportes económicos que beneficiaban a sus propietarios, en detrimento de la propia vida de las niñas y niños de origen africano. Por lo tanto, es necesario subrayar las actividades que desempeñaban: en casas desarrollaban todo tipo de labores de limpieza, servicio y cuidado; en conventos e iglesias podían encargarse de la limpieza o la atención de imágenes religiosas; también apoyaban en actividades especializadas a maestros de oficios, como zapateros, sastres, curtidores, entre otros; incluso trabajaron en haciendas azucareras y ganaderas, en lugares como Veracruz, Puebla o el actual Estado de México, por mencionar sólo algunos.
María, Juan, Nicolás, Juana, Isabel, Catalina, Ana, Joseph, Francisca, Diego, Pedro, Sebastián, Luisa y Antonio eran los nombres más comunes de las niñas y de los niños de origen africano que fueron esclavizados en la ciudad de México en la primera mitad del siglo XVII. Además de sus nombres, se usaban otras palabras para referirse a ellos, por ejemplo niños, muchachos, negritos, mulatillos, muleques y mulecones. Con estos términos se señalaba su origen africano, y aunque algunas de estas palabras se relacionaban con el color de su piel, otras simplemente hacían referencia a la edad o al hecho de tener ancestros africanos. La palabra muleque, por ejemplo, que se usaba para referirse sobre todo a los niños de origen africano que eran esclavizados, viene de los idiomas kimbundu y kikongo, que se hablan en algunas zonas del centro de África, y significa hijo, niño o joven.
Miles de niños llegaron desde África junto con otras personas esclavizadas, otras veces nacían en Nueva España, pero al ser hijas o hijos de mujeres de origen africano que eran esclavizadas, eran considerados asimismo esclavos. Sin embargo, es muy importante señalar que en muchos casos lograron conseguir la libertad durante su infancia o en algún otro momento de su vida, incluso presentándose casos de niños afrodescendientes que nacieron siendo libres. ¿Cómo conseguían la libertad? Hubo quienes reunieron dinero para pagar por su propia libertad o la de sus familiares, como la de sus hijos, sobrinos, nietos o ahijados. Pero estos procesos no estuvieron libres de obstáculos, por lo que algunas mujeres incluso emprendieron juicios y recurrieron a procesos legales para conseguir la libertad de sus hijos, tal como ha documentado María Elisa Velázquez.
Asimismo, hubo otros casos en los que las o los propietarios otorgaron la libertad. En 1642, Ynés, de tan sólo cuatro meses de edad, es mencionada en el testamento de un señor llamado Gonzalo de Francia, quien le otorga la libertad e incluso le hereda una cuantiosa suma de dinero. Algo similar ocurrió con Antonio, un niño de un año considerado “mulato”, quien recibió la libertad en el testamento de Martín de Córdoba, su “amo” o antiguo “dueño”.
Otras veces, obtener la libertad era casi imposible por medios legales, y entonces había quienes decidían escapar, ya fuera de manera individual o colectiva. Ese fue el caso de Magdalena, una mujer que huyó en 1606 junto con sus hijas Beatriz e Isabel y con tres de sus nietos llamados Joseph, Diego y Paula. De hecho, existen casos similares que son más conocidos: se sabe que muchas personas de origen africano huyeron a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII junto con un hombre conocido como Yanga en la región de Córdoba, Veracruz. También, a mediados del siglo XVIII, se sabe de otros afrodescendientes que huyeron junto con un señor llamado Fernando Manuel, quienes fundaron un pueblo en Amapa, ubicado en el actual Papaloapan oaxaqueño. Tanto en el caso de Yanga como en el de Amapa, las personas afrodescendientes fundaron pueblos libres reconocidos incluso por la Corona española. De igual modo, en el siglo XIX hubo personas de origen africano e indígena que venían huyendo de la esclavitud de Estados Unidos y arribaron al norte de México, donde la esclavitud se había prohibido desde 1829. Ahí, específicamente en Coahuila, defendieron la frontera del país y por su trabajo recibieron tierras; actualmente se les conoce como “negros mascogos”.
Ahora sabemos que todas las personas nacen siendo libres, y que no hay ningún motivo para secuestrar, esclavizar o adueñarse de alguien más… ¡seríamos llevados a la cárcel tan sólo por intentarlo! Pero en esa época esas prácticas estaban permitidas; fue hasta el siglo XIX cuando se logró la abolición definitiva de la esclavitud, gracias al esfuerzo de muchos hombres y mujeres, sobre todo afrodescendientes, entre los cuales se halla el insurgente Vicente Guerrero.
La historia de las personas de origen africano que habitaron estos territorios hace cuatrocientos años es parte central de la historia de México. Por este motivo, conocer los aportes históricos de las personas y poblaciones de origen africano en nuestro país es un derecho que tenemos todas y todos. A fin de cuentas, alguna niña o niño afrodescendiente esclavizado durante el periodo colonial en América, puede ser parte de nuestros ancestros sin que necesariamente nos reconozcamos como afrodescendientes. Honrar la memoria de las personas de origen africano en México implica, entre otras cosas, reconocer a las niñas y los niños afrodescendientes de Nueva España, dar cuenta del valor de sus contribuciones económicas, sociales, culturales y políticas, así como mostrar con dignidad sus experiencias de esclavitud y de libertad.
Conocer su importancia histórica y actual no sólo es un derecho, sino también un compromiso, sin importar nuestros orígenes familiares. Además, por supuesto, es imprescindible reconocer las múltiples maneras en que las personas afromexicanas de todas las edades contribuyen en términos económicos, sociales, culturales y políticos en el México actual para poder comprender la necesidad de combatir las desigualdades y formas de discriminación y racismo que enfrentan.
Según el Censo Nacional de Población y Vivienda 2020 del INEGI, las personas afromexicanas, negras o afrodescendientes representan el 2% de la población del país. Sabemos que se encuentran en todas las entidades, aunque en mayor cantidad se concentran en Guerrero, Estado de México, Veracruz, Oaxaca y Ciudad de México. Una de las regiones más importantes donde viven es la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, y otra zona importante es la de Veracruz y el Papaloapan oaxaqueño, si bien es importante insistir en que se encuentran a lo largo y ancho de toda la República.
En Guerrero, Oaxaca y Veracruz, los niños afromexicanos participan en distintos aspectos culturales de sus localidades, como conocer versos, décimas, cuentos y leyendas que son parte de la tradición oral que se transmite de generación en generación; algunos de ellos forman parte de grupos de danzas y música, como la danza de los diablos, el son de artesa, la danza del toro de petate, la danza de la tortuga, el son jarocho, entre otras. También hay niñas, niños y jóvenes que destacan en la pintura y el grabado, o en la elaboración de objetos que forman parte de la cultura material y que se utilizan para distintas actividades económicas propias de las regiones donde habitan.
Las personas afromexicanas de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca se dedican a actividades económicas diversas, como la ganadería, la pesca, la elaboración de pan o la producción y comercialización de mango, papaya, coco, sandía, limón y maíz, entre otros. Niñas y niños afromexicanos colaboran en estas actividades, además de apoyar en la venta de productos –para lo cual muchas veces recorren las calles de su localidad–, o realizan mandados significativos para su familia. A veces también participan en la elaboración y venta de alimentos y bebidas tradicionales; de hecho, la gastronomía es otra expresión significativa de las personas afromexicanas, pues forma parte de su patrimonio cultural.
A pesar de la importancia de las personas afrodescendientes a lo largo de la historia y en el presente de nuestro país, las y los niños afromexicanos y afrodescendientes del país aún enfrentan problemáticas de injusticias como las del pasado. Por ejemplo, muchos de ellos habitan en zonas con poca atención médica o con caminos de difícil acceso, y es común que en las escuelas o en otros espacios padezcan actos racistas y discriminatorios que vulneran sus derechos. Les implica un esfuerzo doble el seguir estudiando en un ambiente con formas de violencia verbal y física que les afectan severamente. Casi de manera generalizada, desde el preescolar se aprende la idea equivocada de que el rosa claro es el “color carne” o “color piel”. Son pocas las acciones que se emprenden para erradicar el bullying racista en los diferentes niveles educativos, en los cuales persisten ideas y prácticas discriminatorias por parte de docentes, estudiantes o familias.
Por supuesto, también existen maestras y maestros así como organizaciones de la sociedad civil e instituciones gubernamentales que emprenden acciones para erradicar el racismo. Un ejemplo es el Colectivo Afroeduca, coordinado por Rosa María Castro e integrado por numerosas asociaciones, organismos y personas. Gracias a su trabajo desde 2023, los libros de texto de primaria y secundaria de la SEP incluyen información sobre los aportes históricos y actuales de las y los afrodescendientes, pues antes se repetían estereotipos y se reproducía el desconocimiento sobre esta población. Esta inclusión todavía es muy reciente como para ver cambios significativos, más aún, sigue haciendo falta una política de capacitación continua para docentes y una de concientización en general para evitar cualquier manifestación de racismo en la educación.
Otro problema es que muchas personas siguen creyendo que los seres humanos nos dividimos en “razas biológicas”, usando esta idea equivocada y obsoleta para imponer jerarquías con la intención de justificar actos injustos en contra de ciertas personas por su origen, su forma de ser, su apariencia física o su forma de vivir. Actualmente, los estudios científicos demuestran que no existen diferencias genéticas que nos distingan en “razas”; por el contrario, se ha demostrado científicamente que nuestro origen y nuestro color de piel no se relacionan de ningún modo con nuestras capacidades intelectuales, de fuerza u otros rasgos. Además, los organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, así como la Constitución de nuestro país y distintas leyes, insisten en que las diferencias culturales o corporales no son motivo para discriminar o maltratar a nadie. Por tanto, no se trata de ser “políticamente correctos”, sino de reconocer los hallazgos científicos que han demostrado que los seres humanos conformamos una sola especie con variabilidad genética, sin la existencia de razas biológicas, así como de reconocer la importancia de las investigaciones que han demostrado las totalmente graves, injustas e inmerecidas consecuencias del racismo.
En definitiva, se requieren acciones conjuntas y contundentes para lograr una vida libre de violencia, donde todas las niñas y los niños afromexicanos y afrodescendientes ejerzan sus derechos de manera plena, libre y feliz, y donde todas las personas conozcamos las contribuciones históricas y actuales de las personas afrodescendientes de diferentes edades.
Para saber más
Masferrer León, Cristina, Muleke, negritas y mulatillos. Niñez, familia y redes sociales de los esclavos de origen africano de la Ciudad de México, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2013.
Masferrer León, Cristina, “Yo no me siento contigo. Educación y racismo en pueblos afromexicanos”, Diálogos sobre educación. Temas actuales en investigación educativa, año 7, número 13, julio-diciembre, 2016. p. 1-17.
Masferrer León, Cristina. Las preguntas viajan en autobús. Un cuento sobre la afrodescendencia en México. México, Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2023. Disponible en: https://www.aacademica.org/cristina.masferrer/30.
Masferrer León, Cristina y María Elisa Velázquez, “Mujeres y niñas esclavizadas en la Nueva España: agencia, resiliencia y redes sociales”, en María Elisa Velázquez y Carolina González Undurraga, Mujeres africanas y afrodescendientes. Experiencias de esclavitud y libertad en América Latina y África. Siglos XVI al XIX, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2016, p. 29-58.
Quecha Reyna, Citlali y Cristina Masferrer León, “Niñas y niños afromexicanos de la Costa Chica. Socialización y género en el trabajo infantil”, Los rostros del trabajo infantil en México, Memoria del primer foro, México, Mesa Social Contra la Explotación de Niñas, Niños y Adolescentes, 2015, p. 105-121.
Imagen de portada: De negro e india: china cambuja, Miguel Cabrera, 1763. Colección: Museo de América. Imagen tomada de: https://ceres.mcu.es/pages/Vieweraccion=4&AMuseo=MAM&Museo=MAM&Ninv=00007.






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