Por Francisco Joel Guzmán Anguiano

¡No pasarán!

La llegada de los nazis al poder en Alemania, en enero de 1933, y el nombramiento de Adolf Hitler como Führer, en agosto de 1934, fueron sucesos que trastocaron el combate contra el fascismo a nivel global. Si bien en años previos ya habían existido organizaciones y personas que se habían denominado como antifascistas, en clara oposición al régimen encabezado por Benito Mussolini en Italia –sobre todo exiliados italianos afincados en países como Francia, Alemania, Inglaterra o España—, sería con el ascenso del nazismo alemán y sus primeras acciones de gobierno que este tipo de expresiones de oposición comenzaron a tomar dimensiones más amplias, logrando traspasar el espacio europeo y llegar a otros lugares del globo. 

Esta expansión mundial no se dio de forma inmediata, ya que se fue gestando paulatinamente a partir de eventualidades como la invasión de Etiopía por parte de Italia, en 1935, o la anexión de Austria por Alemania, en 1936, –el denominado Anschluss—. Pero sería el estallido de la Guerra Civil Española, en 1936, y la intervención de Alemania e Italia en favor del bando encabezado por Francisco Franco lo que marcaría que el antifascismo tomara fuerza a nivel global. Esto se manifestó a partir de la organización de iniciativas de solidaridad en favor de la República Española o la participación de combatientes de numerosos países en las llamadas Brigadas Internacionales del lado Repúblicano. 

Esta coyuntura posibilitó que la lucha antifascista llegara a multiples rincones del mundo, donde fue adoptada por distintos sectores de la arena política local, desde comunistas, pasando por socialistas, anarquistas, católicos, liberales, feministas, entre otros. Esta diversidad de actores, con intereses y objetivos propios, adaptaron el discurso del antifascismo a las condiciones contextuales que vivían. Esto dio como resultado que la palabra “fascismo”, además de denominar a la Alemania Nazi y a la Italia Fascista, también fuera empleado para calificar a distintos grupos rivales de la escena local, tales como la Iglesia Católica, distintas comunidades migrantes, grupos de extrema derecha o de derecha, e incluso organizaciones de la socialdemocracia, a la cual los comunistas llamaban “socialfacismo”.     

México no quedó al margen de estas tendencias, pues multiples grupos sociales hicieron propia la bandera antifascista. Organizaciones como la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Liga Pro Cultura Alemana, el Partido Comunista Mexicano (PCM), la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), el Taller de Gráfica Popular, la Universidad Obrera de México, Acción Democrática Internacional, el Comité Nacional Antinazifascista, entre muchas más, se posicionaron como opositoras al fascismo, expandido esta denominación a otros actores de la arena política nacional, tales como el Sinarquismo, los Camisas Doradas, la Iglesia Católica, el Partido Acción Nacional, la comunidad alemana en el país, por solo señalar a algunos.

También en el caso mexicano resalta el hecho de que distintos grupos políticos partícipes de los gobiernos de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho fungieran como promotores del antifascismo. Esta particularidad, que diferenció al país de otras naciones del continente americano, se materializó en cuestiones como la estructuración de una agenda diplomática de corte antifascista o la formación de alianzas políticas entre el gobierno y distintas organizaciones antifascistas. Por otro lado, también existieron manifestaciones que, por decisión propia o por condiciones políticas específicas, quedaron al margen de dicha vinculación con el Estado.

Pero, ¿de qué forma se organizó la oposición contra el fascismo en México? Si bien existieron distintas tácticas de lucha, generalmente ésta se llevó a cabo a partir de prácticas como los mítines públicos, la creación de grupos de formación política, la realización de conferencias y actividades culturales, la producción de literatura y obras de arte, la difusión de impresos y escritos, la firma de desplegados y, en algunos casos, la confrontación violenta en contra de aquellos sectores identificados localmente como fascistas. 

Los objetivos de estas estrategias eran diversos, entre los cuales destacaban denunciar al fascismo internacional y sus “manifestaciones locales” o expresar solidaridad con aquellas víctimas de la opresión. A ello se sumaron otras como legitimar socialmente a una causa política específica; fortalecer la formación política de cuadros al interior de una organización; generar conciencia social acerca de los peligros del fascismo y movilizar a la sociedad en favor de sus objetivos; crear corrientes de opinión pública favorables al antifascismo; o ganar posiciones de poder y capacidad de acción dentro del gobierno mexicano o en la arena política nacional. 

Que las páginas sean balas en contra de la barbarie fascista 

Dentro del antifascismo, el libro también fue un medio más de lucha. El uso de los impresos como herramientas de difusión de ideas y posturas políticas entre el público lector resultó una estrategia fundamental para distintas organizaciones, ya que vieron en ellos una forma de realizar acciones propagandísticas de forma eficiente en favor de sus causas. Por esta razón fue común que los grupos y simpatizantes del antifascismo recurrieran tanto a la creación de pequeños sellos editoriales de carácter militante como a la publicación en editoriales comerciales ya consolidadas. Esto con el propósito de difundir tanto obras propias como de autores extranjeros, a los cuales traducían para difundirlas en el entorno mexicano e hispanoamericano.  

Dependiendo de los propósitos que perseguían los autores o editores con la impresión de los libros y de los lectores a los cuales iban dirigidos, se desarrollaron una serie de estrategias de edición cuyo propósito era difundir y dimensionar la amenaza que podría significar el fascismo, tanto en su manifestación europea como “local”. Además de los contenidos plasmados en los libros, estas iniciativas impulsaron la creación de programas gráficos, plasmados tanto en portadas como en ilustraciones al interior de las obras, cuyo propósito era realzar las atrocidades y la brutalidad que caracterizaba a estos regímenes. A ello se sumó la realización de introducciones, prólogos y notas editoriales producidas por intelectuales y figuras públicas reconocidas, con el afán de que su prestigió ayudara a difundir con mayor fuerza las publicaciones. 

Un ejemplo de estas estrategias es visible en el libro de Eulalia Guzmán Lo que ví y oí, publicado en 1941 por Tipografía SAG. En estas memorias, producto de sus viajes por Italia y Alemania a finales de la década de 1930, la arqueóloga plasmó sus impresiones y preocupaciones sobre los regímenes fascistas existentes en esos países. El propósito de la obra, tal como expresó en el prólogo, era contribuir “a denunciar ante la opinión pública de todas partes, la perversión y el peligro que para la vida civilizada y libre de los pueblos representan los regímenes totalitarios, ahora aliados entre sí, para dominar al mundo”. 

Pero entre toda esta amplia producción editorial, que rondó los 320 títulos publicados entre 1935 y 1945 ¿Qué tipos de libros se produjeron? En primer lugar estuvieron las obras de carácter literario, que comprendieron poemas, novelas y cuentos que evocaron en sus líneas el combate antifascista. También estuvieron aquellas de corte académico, las cuales eran reflexiones críticas del fascismo escritas por profesores universitarios a partir del conocimiento de las ciencias sociales. 

Otro tipo de libros antifascistas que tuvieron auge fueron los de carácter autobiográfico. Los testimonios y las vivencias de los autores –generalmente perseguidos políticos exiliados– sirvieron como instrumentos de lucha en contra del fascismo, al difundir entre la opinión pública los abusos y crímenes cometidos por esta clase de regímenes. A su vez, los libros de carácter militante, cuyos contenidos tenían un propósito político explicito, como la formación política de cuadros, la denuncia en contra de algún grupo identificado como fascista o la difusión de discursos y ponencias presentadas en mítines y congresos de carácter antifascista. Estos generalmente fueron producidos por sindicatos, partidos políticos, organizaciones militantes o comités de ayuda a exiliados y perseguidos políticos.

Las batallas de los libros antifascistas

Esta relación entre antifascismo y producción editorial en el espacio mexicano, si bien tiene sus expresiones iniciales durante la primera mitad de la década de 1930, cuando aparecen diferentes libros dedicados al tema –como El Estado y la violencia en la historia, de Roberto Calvo Ramírez, editado por el Centro de Estudios para Obreros en 1935–, cobra particular fuerza a partir de 1936 con el estallido de la Guerra Civil Española, la cual se extendió hasta 1939. Las muestras de solidaridad y preocupación por lo sucedido en España entre sectores del comunismo, el gobierno mexicano o el movimiento obrero del país, además de la posterior llegada de exiliados republicanos a México, provocó que el campo editorial fuera una vitrina para la producción de libros antifascistas que refirieron al conflicto español. 

Editoriales como Frente Popular, América, Pax, México Nuevo, Revolucionaria u organismos como la Sociedad de Amigos de España o la Universidad Obrera de México produjeron una serie de títulos cuyos objetivos eran denunciar lo sucedido en España con la intervención de Italia y Alemania en favor del bando franquista, realzar el esfuerzo del bando repúblicano como parte de la lucha antifascista o remarcar el abandono que vivió la República Española en la esfera internacional. Obras como España bajo el sable de Rodrigo Soriano, editada en 1936 por Pax; Bajo el sol de España. Poemas antifascistas de Jesús Sansón Flores, aparecida en 1938 por la Sociedad de Amigos de España; o La conspiración Nazi en España de Emilio Burns, impresa en 1938 por Revolucionaria, son ejemplos de esta producción. 

Una vez concluido el conflicto español, en 1939, con la derrota de la República, diversos sucesos marcaron la agenda de la edición antifascista. El inicio de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de ese mismo año o los enfrentamientos dentro del campo de la izquierda que causó el Pacto de No Agresión firmado entre la Unión Soviética y la Alemania Nazi, fueron algunos de ellos. A estos se sumaron eventualidades propias del espacio mexicano, como el fin del sexenio de Lázaro Cárdenas, el conflictivo proceso electoral que enfrentó a Manuel Ávila Camacho y Juan Andrew Almazán, el asesinato de León Trotsky en 1940, o el aumento de la llegada de exiliados europeos al país –muchos de ellos antifascistas–, aspectos recurrentes en las temáticas que abordaron las obras impresas durante estos años. 

La convergencia de actores nacionales con los exiliados europeos marcó una transformación de la edición antifascista. Esto debido a que organizaciones de exiliados como Alemania Libre, Francia Libre o la Alianza Internacional “Giuseppe Garibaldi” por la Libertad de Italia tejieron alianzas y relaciones con distintos actores del campo político nacional, bajo el beneplácito y la vigilancia del gobierno mexicano. Estas uniones fortalecerían las iniciativas editoriales de instancias como la Universidad Obrera de México que, bajo la dirección de Vicente Lombardo Toledano, siguió realizando un amplio despliegue de folletos y libros de gran tiraje en contra del fascismo, a partir de obras como ¿Cómo actúan los nazis en México? o ¿En qué consiste la democracia mexicana y quiénes son sus enemigos?, ambas de Lombardo Toledano. 

También los círculos comunistas impulsaron la impresión de libros en favor del Pacto de No Agresión y en contra de la figura de Andrew Almazán a partir de Popular, sello que tiró obras como El pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania, de Molotov; El enemigo es Almazán, de Hernán Laborde; o ¿Quiénes se benefician de la guerra?, de Earl Browder, todas editadas en 1939. Por su parte, la producción de títulos críticos del comunismo estalinista recayó en figuras como el editor catalán Bartomeu Costa-Amic. Este participó en editoriales como Quetzal, Costa-Amic, Publicaciones Panamericanas o Ediciones Libres, las cuales publicaron obras que emplearon la retórica antifascista para ayudar a denunciar el estalinismo.

La entrada de México a la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1942, marcaría un viraje en el antifascismo, pues la lógica de la “Unidad Nacional” promovida por el gobierno de Ávila Camacho impactó a muchos de los grupos que se inscribían dentro de esta postura. A la condena del fascismo se sumó la justificación pública del ingreso del país a la guerra. Muchas instituciones y grupos gubernamentales se volcaron a apoyar este esfuerzo, convirtiéndose en los actores preponderantes del antifascismo entre 1942 y el final del conflicto bélico en 1945. 

Esto también se vio reflejado en el mundo de la edición, ya que por una parte, el gobierno mexicano se convirtió en benefactor de distintas iniciativas editoriales y propagandísticas de corte antifascista. Un ejemplo destacado fue El libro negro del terror nazi en Europa, publicado en 1943 por El Libro Libre, bajo el mecenazgo del presidente Ávila Camacho. Esta obra, promovida por sectores del exilio germanoparlante vinculados a Alemania Libre, se difundió como una forma de concientizar a la sociedad sobre las atrocidades que había realizado el régimen nazi durante la guerra. Por otro lado, editoriales como Mundo Nuevo, Minerva, Quetzal, Popular, América, Hermes, entre otras, produjeron una gran cantidad de obras bajo este impulso.

El final de la guerra con la toma de Berlín por los rusos, en mayo de 1945, y la rendición de Japón, en septiembre del mismo año, marcaron un punto de transformación en esta clase de producción editorial. Esto se debió a que en los años posteriores a la conclusión del conflicto, cada vez fueron menos los libros producidos en el país que denunciaban al fascismo. Aunque esta actitud continuaría por algunos años más a partir de la equiparación del franquismo español como gobierno de corte fascista, como en las obras: La Piedad de Franco de José Loredo Aparicio, impreso por Costa-Amic en 1946, o España en México, 1930-1946 de Ruperto González, editado por Ediciones Maru también en 1946. Pero con el paso del tiempo, cada vez sería menos común la relación entre edición y antifascismo. 

Es posible considerar que el libro se convirtió en un instrumento de acción común entre los grupos antifascistas situados en México durante las décadas de 1930 y 1940. La búsqueda por generar una conciencia y movilización social en contra de aquello identificado como fascismo resultó en recursos de importancia para la generación de una producción editorial amplia y diversa. Si bien es necesario ahondar más en las particularidades de cada iniciativa editorial y las estrategias que emplearon tanto en la comercialización como circulación y recepción de las obras, la relación edición-antifascismo resulta una ventana privilegiada para comprender las lógicas y prácticas insertas dentro de esta clase de militancias. 

Para saber más 

Lavin Robles, María Fernanda, “El libro negro del terro nazi en Europa: propaganda antifascista y denuncia de la barbarie nazi”, México, Tesis de Licenciatura en Historia, UNAM, 2016. 

Rivera Mir, Sebastián, Edición y comunismo. Cultura impresa, educación militante y prácticas políticas (México, 1930-1940), Raleigh, Editorial A Contracorriente, 2020.

Imagen de portada: La venganza del pueblo, Leopoldo Méndez, 1941. Colección: Gilcrease Museum, Tomas Gilcrease Instituto of Americano History and Art. Imagen tomada de: https://collections.gilcrease.org/object/174925.

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