Por Laura Martínez Domínguez

Durante el siglo XVIII en la Nueva España, la producción local, pero sobre todo el comercio del libro proveniente de Europa, conocieron un marcado ascenso respecto al desarrollo de los dos siglos anteriores. Esta proliferación de libros también se expresó en la diversificación de formatos y precios, así como en la expansión del público lector y oyente. Para tratar de conocer quién leía y qué se leía es preciso tener presente que la sociedad novohispana se inscribía en un contexto religioso, con fuertes desigualdades económicas, étnicas y de género, además del peso de la censura sobre los libros a cargo de la Inquisición. De ahí que no resulte extraño que las huellas de los lectores que más fácilmente se pueden encontrar sean las de los hombres con altos cargos en la administración eclesiástica y civil, aún con ello, el espectro del público lector y escucha era mucho más amplio, aunque no menos escurridizo, como veremos enseguida. 

En términos generales, es posible rastrear a los lectores gracias a los libros que registraron en diferentes fuentes documentales, tales como: inventarios por fallecimiento, testamentos, dotes, registro de equipaje, listas de libros entregadas a la Inquisición, así como marcas de propiedad como los exlibris impresos o manuscritos, testimonios de lectura en diarios privados, misivas y en las representaciones visuales como los retratos. Desde luego, todas estas huellas no reflejan ni la totalidad de lectores que hubo ni todas las lecturas que realizaron las personas a lo largo de su vida, también sabemos que la posesión de un libro no implica su lectura, igualmente es muy posible que mucho de lo que se leyó o escuchó leer no conste en algún registro hoy en día; no obstante, esta diversidad de fuentes es significativa porque nos marca una pauta para adentrarnos al universo lector del cual es posible extraer a las mujeres y sus libros.

En pos de las lectoras novohispanas

Para estudiar quiénes eran las lectoras novohispanas del siglo XVIII es conveniente no perder de vista el contexto religioso, desigual y vigilado de la época, además es fundamental recordar que las mujeres eran consideradas como inferiores a los hombres, por lo cual, padres, esposos, confesores y preceptores tenían la tarea de instruirlas como buenas cristianas, hijas, esposas y madres, por estas razones se puso mucho interés en asignar determinados libros y en proscribir otros. Estas cuestiones perfilaron los rasgos ideales de las lectoras novohispanas, así como de sus lecturas.

Antes de continuar, es necesario preguntarse si hubo una notable diferenciación entre la instrucción de las mujeres que tomaron el estado religioso y las que siguieron fuera de los muros conventuales, pues su relación con la cultura impresa posee rasgos similares como la nutrida formación cristiana. Sin embargo, para acotar esta comunicación, me ocuparé de manera más amplia de las lectoras novohispanas civiles, aunque referiré aspectos relevantes de las monjas lectoras. 

A partir de los trabajos de Josefina Muriel y de obras más recientes como la de Elvia Carreño, podemos conocer la identidad de las monjas, incluso encontramos varias noticias biográficas respecto a la instrucción que algunas recibieron en casa, así como los títulos de los libros que leían durante su jornada en el claustro. De igual manera se ha estudiado el contenido de algunas bibliotecas conventuales, el cual estaba constituido casi en su totalidad por literatura religiosa, misma que se encontraba dividida en diferentes líneas temáticas, incluida la música, además de obras de historia civil, geografía, medicina, cocina, gramática y diccionarios. Vale la pena añadir que, en los registros visuales de la época, sobresalen los retratos de religiosas sosteniendo obritas entre sus manos, de tal suerte que se difundía un modelo ideal de la mujer cristiana lectora, la cual estaba representada en actitud devota y recogida entre cuatro paredes.

Retrato de Sor María Ignacia de Azlor y Echeverz, Andrés de Islas, 1768. Colección: Museo Nacional del Virreinato. Imagen tomada de: File:Retrato-María Ignacia Azlor Echeverz-como religiosa.png – Wikimedia Commons

Respecto a las lectoras novohispanas civiles, es posible decir que sus rastros son un tanto más difícil de encontrar; por ejemplo, si tratamos de hallarlas como propietarias de libros en los inventarios por fallecimiento, debe advertirse que, en la mayoría de los casos, no se encuentran libros entre sus posesiones, ya se trate de hombres o de mujeres. El mismo fenómeno sucede con los testamentos. Por consiguiente, apenas podemos esbozar un panorama general de estas lectoras, de ahí que sea necesario un esfuerzo colectivo por parte de los y las estudiosas para profundizar en el tema. 

Con base en las investigaciones de Cristina Gómez Álvarez, Polet Abigail Molleda Sabala, Moisés Guzmán Pérez y Paulina Patricia Barbosa Malagón, entre otras, puede decirse que las mujeres que tuvieron bienes propios registrados, entre ellos libros, en su mayoría pertenecían a la nobleza y a la burguesía novohispanas. De los pocos datos adicionales que se refieren en la documentación, podemos apuntar que la mayor parte de ellas habían nacido en la Nueva España, algunas de ellas criollas, varias de las cuales residían en la ciudad de México, aunque se tienen noticias de otras avecindadas en Tlayacapan, Chilapa, Valladolid de Michoacán y Monterrey. Como vemos, aunque el rasgo citadino domina, no es exclusivo, asunto que nos permite considerar que el libro circulaba más allá de los centros urbanos. 

Entre las lectoras pertenecientes a la burguesía destacan las comerciantes y una hacendada, pero también, en una escala social menor encontramos tenderas e incluso una chocolatera, una vinatera y otra pulquera. De hecho, aquí es donde podemos detectar una diversificación social que nos hace reflexionar sobre la presencia y uso del libro entre los sectores populares. En cuanto a su estado civil también encontramos, casi a partes iguales, mujeres solteras, casadas y viudas, esto es significativo porque nos sugiere que la posesión de libros estuvo presente a lo largo de la vida de estas novohispanas. Si pudiéramos hacer un esfuerzo de síntesis, podríamos decir que el rasgo distintivo de estas lectoras novohispanas es la diversidad, ya que encontramos mujeres y sus libros presentes tanto en la ciudad como en el campo, algunas de ellas pertenecían a diferentes clases sociales y estado civil. A continuación, corresponde indagar si sus libros también eran heterogéneos en su forma y contenido. 

Consideraciones sobre las lecturas de las mujeres novohispanas

Como apunté, en la época era tarea de los varones de la familia hacerse cargo de la instrucción de las mujeres que tenían a su cargo. Para este cometido se habían publicado con anterioridad obras de instrucción de mujeres dirigidas a los hombres, tales como Instrucción de la mujer cristiana publicado en 1523 y Los deberes del marido de 1528, ambos de Juan Luis Vives, y de Juan de la Cerda, Vida política de todos los estados de mujeres de 1599, en las cuales se recomendaba que las mujeres tuvieran una sólida formación religiosa y que se delimitara claramente su papel al cuidado del hogar y de su familia. 

Según Juan de la Cerda, se esperaba que las féminas aprendieran lo elemental para llevar el gobierno de su casa, por lo cual, era deseable el desarrollo de la habilidad de la lectura, procurando en todo momento que los libros a su alcance fueran los adecuados, lejos de aquellos que:

por entretener el tiempo [las doncellas] leen en estos libros y hallan en ellos un dulce veneno que les incita a malos pensamientos y les hacen perder el seso que tenían. Y por eso es error muy grande las madres que paladean a sus hijas desde niñas con este aceite de escorpiones y con ese apetito de las diabólicas lecturas de amor.

Igualmente, se proponía el aprendizaje de rudimentos de escritura –aunque no siempre fue aconsejada, ya que se podía correr el riesgo de intercambios epistolares con individuos poco honorables–; también se sugería el aprendizaje de nociones básicas de cuentas, así como el manejo de la aguja y el hilo, lo mismo que saberes elementales de sanación, y ya dependiendo de la posición social, algo de historia, música y canto. Todos estos conocimientos y saberes eran lícitos siempre que no menguaran las virtudes más importantes de la mujer cristiana como la obediencia y la castidad. 

Por todo ello, tanto la habilidad de leer como las lecturas al alcance de las mujeres quedaban a cargo del permiso y aprobación del padre, aunque muchas veces fuera la madre quien realizara el proceso de enseñanza en el hogar, sola o con auxilio de algún preceptor. Fuera del espacio doméstico y dependiendo de las condiciones materiales de las familias, las niñas asistían a colegios o a espacios denominados “amigas”, en los que las maestras les enseñaban a leer mediante el uso de Cartillas, que era un tipo de literatura de instrucción que combinaba el aprendizaje de la lectura con nociones básicas religiosas. De manera paralela, los confesores también podían recomendar lecturas piadosas, como vidas de santos y santas. 

Ahora bien, bajo este contexto, es comprensible que, durante el siglo XVIII en la Nueva España, la inmensa mayoría de los libros registrados como propiedad de mujeres sean de carácter religioso. Sin embargo, hay mucho más que decir sobre las características de estas bibliotecas o librerías –como se les llamaba en la época–.

De acuerdo con los registros disponibles, la mayor parte de las bibliotecas particulares de mujeres, localizadas hasta ahora, se concentran a partir de la década de 1780, lo cual coincide con la aceleración del intercambio internacional del libro, gracias a la libertad de comercio establecida por la Corona española entre sus puertos. Además, debe tenerse en cuenta la revolución editorial europea motivada por la difusión del pensamiento ilustrado, cuyo peso aún está por calar en estas bibliotecas femeninas. 

Respecto al tamaño de las bibliotecas, lo más común es encontrar de dos a seis libros, parámetro que se encuentra en rango en comparación con otros conjuntos librescos de otras partes de la monarquía española. Desde luego que existen bibliotecas mucho más numerosas, si bien casi todas en manos de nobles o burguesas. En estos casos en particular, se debe tener presente que muchos de estos libros se trataron de bienes familiares, que muchas veces respondieron a la profesión y uso del padre o esposo. Esto no significa que las mujeres nunca leyeron ni un solo libro de las bibliotecas familiares o que entre esas obras estuvieran sus propias lecturas. 

Otros rasgos que merecen mencionarse corresponden a la lengua en la que estaban escritos los libros de las bibliotecas de mujeres, pues casi todos se encuentran en castellano, de manera particular en las colecciones pequeñas, esto es, de las mujeres con una posición social más precaria. En bibliotecas más grandes podemos encontrar obras en latín y en francés, además del castellano. El lugar de edición merece un estudio más detallado, aunque puede apuntarse que lidera la edición española y se advierte la circulación de los libros producidos en la Nueva España, algunos de ellos salidos de las imprentas encabezadas por mujeres, como María Benavides. Sobre el tamaño del libro, se pueden encontrar Infolio, casi siempre para obras como: Mística ciudad de Dios de Sor María de Jesús de Ágreda, Luz de la fe y de la ley de Jaime Barón y Arín. En 4º se encontraban varias vidas ejemplares de santos o padres de la Iglesia, así como obras de geografía, medicina y gramática, mientras que en 8º y más pequeños se hallaban: devocionarios, novenas, ejercicios espirituales y obras abreviadas como los Cuatro libros de la imitación de Christo de Thomas de Kempis. 

Veamos tres ejemplos de las lectoras novohispanas y sus libros. En 1784, Eusebia de Castañeda, quien había sido una prominente hacendada y empresaria, dejó a su muerte una biblioteca de 267 títulos conformada a través de dos generaciones. La profesión de su padre, que había sido abogado, explica que la mayor parte de los libros correspondan a la temática de derecho. Eusebia siguió el camino de vida esperado, pues se casó y fue madre, sin embargo, su vida dio un giro cuando tras al enviudar y recogerse en un convento quedó huérfana, situación que la hizo tomar las riendas de todos los negocios. Para hacer frente a este reto, seguramente se apoyó en los libros de su padre para discurrir varios asuntos legales. Incluso, se conoce que adquirió más obras de esa temática después de la muerte de su progenitor, además de libros de literatura e historia, muy probablemente, para atender su propio interés intelectual.

Dama leyendo en un interior, Marguerite Gérard, 1795-1800. Colección: particular. Imagen tomada de: https://arte-xix.blogspot.com/2018/04/dama-leyendo-en-un-interior.html

Otra biblioteca numerosa corresponde a María Antonia Delgado Daniel, quien fue esposa de un Oidor de la Audiencia de la ciudad de México. María Antonia era peninsular y a su muerte, en 1801, dejó 129 títulos, que en su mayoría versaban sobre derecho, historia y literatura. Sin embargo, dentro de esta colección de libros se apunta al final del listado que se encontraron: “varios libritos de devocionarios del uso de la señora”, según consiga Cristina Gómez Álvarez en su libro La circulación de las ideas. Por consiguiente, si bien María Antonia pudo haber leído algunas obras de su biblioteca heredada, también se hizo la distinción de aquellas a las cuales “usaba” habitualmente para el ejercicio de su fe. De hecho, en algunas ocasiones, los documentos revelan algunos detalles adicionales del vínculo entre las mujeres y sus libros, pues se recoge, por ejemplo, cuando un librito de devociones contaba con broches de plata o si otros se hallaban muy usados o desgastados, detalles que nos sugieren un cuidado especial a ciertos libros como objetos casi sagrados o que recurrían a ellos de manera frecuente.

El último ejemplo es el de Josefa de Rivera, vecina de la ciudad de México y chocolatera de ocupación, quien a su muerte, en 1798, dejó una pequeña biblioteca mezclada entre sus sábanas y una lámina de la Virgen de Guadalupe, entre otros bienes. Se trata de dos libros, uno de ellos de la madre Ágreda y otro de un autor llamado Juan Toledo, cuya obra no he logrado identificar. De hecho, muchas de las descripciones de los libros referidos en los inventarios no aportan mayores datos, salvo la mención del tipo de producto editorial como: comedias, novenas y devocionarios. Asunto que de todas formas es interesante por su especificidad y repetición en las bibliotecas femeninas y que merece un análisis más detallado en el futuro. 

Debe llamarse la atención, que hasta ahora no se ha encontrado algún “libro malo” o prohibido en las bibliotecas femeninas. Esto se debió, tal vez, a que la colección de libros fuera expurgada antes de ser registrada por un valuador para no avergonzar la memoria de la difunta o de la familia. Por supuesto, lo que consta en estos inventarios no representa la totalidad de los libros leídos por estas mujeres, pues seguramente leyeron otros mediante el préstamo o que no conocemos porque simplemente se perdieron o se desecharon de tan usados. Tampoco podemos dejar de mencionar a aquellos libros que quizá escucharon leer en diferentes espacios públicos y privados, cuyo rastro es muy complicado de seguir y que requeriría de analizar otras fuentes.  

Epílogo

Para recapitular se puede señalar que la mayoría de las lecturas presentes en las bibliotecas particulares femeninas del siglo XVIII en la Nueva España son de carácter religioso, tal como se esperaba de ellas en su contexto histórico. De todas formas, es preciso un examen más detallado sobre el contenido y el formato de estos libros afín de distinguir entre las obras religiosas “bestsellers” de la época, que estuvieron presentes en bibliotecas tanto de mujeres como de hombres, respecto de aquellas que quizá estuvieron dirigidas a un público femenino, como esos libritos espirituales y de oración que algunas mujeres guardaban junto a otros objetos de devoción.

Mujer leyendo, Pieter Janssens (Elinga), ca. 1665-1670. Colecciones de Pintura del Estado de Baviera, Alte Pinakothek Munich. Imagen tomada de:  https://www.sammlung.pinakothek.de/de/artwork/ApL8Bzg4N2

Al mismo tiempo, hemos advertido que las mujeres novohispanas leyeron mucho más allá de lo que se estipulaba, pues también recurrieron a libros de leyes o contabilidad para hacerse cargo de la gestión de su patrimonio. De esta manera, es posible vislumbrar que las novohispanas con amplia capacidad de agencia usaron sus libros para instrumentar su fe, su educación, sus negocios y su ocio.

Este trabajo es un avance de la investigación posdoctoral: “Leídas e instruidas. Impresos para la formación de mujeres en las bibliotecas femeninas novohispanas del siglo XVIII”, que la autora desarrolla dentro del proyecto CONACYT 2023 (1) “Estancias Posdoctorales por México-Iniciales” en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.

Carreño Velázquez, Elvia, Este amoroso tormento, el libro y la mujer novohispana, México, Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, A. C., 2010.

Gómez Álvarez, Cristina, La circulación de las ideas. Bibliotecas particulares en una época revolucionaria, Nueva España, 1750-1819, México, Trama Editorial/UNAM, 2018. 

Guzmán Pérez, Moisés y Paulina Patricia Barbosa Malagón, “Lecturas femeninas en Valladolid de Michoacán (siglo XVIII). La ‘librería’ de Ana Manuela Muñiz Sánchez de Tagle”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, número 58, julio-diciembre 2013, p. 15-70.

Molleda Sabala, Polet Abigail, “Mujeres lectoras: reconstrucción y análisis de bibliotecas particulares del siglo XVIII”, México, Tesis de Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información, UNAM, 2019. 

Muriel Josefina, Cultura femenina novohispana, 2ª. Edición, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Histórica, 1994. 

Muriel, Josefina, “Lo que leían las mujeres de la Nueva España”, en José Pascual Buxó y Arnulfo Herrera (editores), La literatura novohispana.Revisión crítica y propuestas metodológicas, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1994, p. 159-173.

Treviño Salazar, Elizabeth y Judith Farré Vidal, “Entre ‘letras, hilar y labrar, que son ejercicios muy honestos’. Lecturas femeninas en la Nueva España”, en Blanca López de Mariscal y Judith Farré Vidal (coordinación y edición), Libros y lectores en la Nueva España, Monterrey, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, 2005, p. 231-253.

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