Su obra, un inspirador fotomural de mujeres

Por Dina Comisarenco Mirkin

Introducción

En 1953, cuando las mujeres mexicanas consiguieron por fin el derecho al voto, después de casi un siglo de organización y lucha, Lola Álvarez Bravo (1903-1993) (figura 1), quien para aquel entonces contaba ya con una amplia y reconocida carrera como fotógrafa artística, fotorreportera y fotomuralista, montaba en su Galería de Arte Contemporáneo una exposición de Frida Kahlo.  

Figura 1. Autorretrato, Lola Álvarez Bravo, ca. 1950. Colección: Center for Creative Photography, The University of Arizona. Imagen tomada de: https://ccp.arizona.edu/.

Aunque a primera vista todos estos hechos parecen ajenos entre sí, están estrechamente interconectados, pues los movimientos sociales y los artísticos, frecuentemente abogan por la transformación social y se retroalimentan mutuamente. Las luchas políticas del movimiento a favor de los derechos de las mujeres iniciaron en las primeras décadas del siglo XX: el Primer Congreso Feminista en Mérida en 1916, el movimiento de Yucatán de 1922 y la constitución del Frente Único Pro Derechos de la Mujer en 1935, entre muchas otras organizaciones e iniciativas, no sólo crearon las condiciones necesarias para que tiempo después se alcanzara el reconocimiento de la ciudadanía plena de las mujeres, sino que impactaron también en la apertura de nuevas posibilidades para su desarrollo laboral, intelectual y artístico.  

De forma simultánea y complementaria, en el ámbito de las artes visuales, fueron muchísimas las mujeres, que desde muy temprano y a lo largo de todo el siglo XX, abrieron brechas en sus distintas áreas, tales como la fotógrafa Tina Modotti; las pintoras Rosario Cabrera, Nahui Olin (también poeta), Frida Kahlo, Aurora Reyes, Isabel Villaseñor, Olga Costa, María Izquierdo, Rosa Rolanda (también bailarina), Leonora Carrington (también escritora), Remedios Varo, Alice Rahon y Cordelia Urueta; la creadora de marionetas y tapices, Lola Cueto; entre otras. Tanto el hecho de haber logrado desarrollarse como artistas y gozado de cierto reconocimiento crítico en mayor o menor grado según el caso, así como también la iconografía singular que desarrollaron todas ellas en relación con las representaciones de su propio género, contribuyeron a la ruptura de los prejuicios de género que limitaban el ejercicio de sus derechos y su desarrollo pleno como artistas. 

Figura 2. Universidad femenina, Lola Álvarez Bravo, 1943. Colección: Fundación Cultural Televisa, A.C. Imagen tomada de: https://fotografica.mx/fotografos/lola-alvarez-bravo/.

El fotomural (figura 2) de Lola realizado para la Universidad Femenina de México, fundada en 1943 por la escritora, educadora y feminista Adela Formoso, que representa a varias mujeres realizando distintas actividades laborales, resume esta fructífera confluencia de los movimientos sociales y el arte en una sola imagen. Cabe destacar también, que la única exposición en vida de Frida Kahlo, anteriormente mencionada, fue organizada por Lola, quien ya en aquel entonces tuvo la visión necesaria para apreciar su extraordinaria obra, que el mundo de la cultura nacional tardaría años en reconocer. 

Vida

Lola Álvarez Bravo, bautizada como Dolores Martínez de Anda, nació en 1903 en el pueblo de Lagos de Moreno, en el estado de Jalisco. Según el testimonio de la misma artista, vivió una infancia y adolescencia difíciles, pues sus padres se separaron cuando ella era muy pequeña y quedó a cargo de su padre, quien murió muy joven, por lo que fue a vivir con un medio hermano de su padre y su esposa, los cuales delegaron su educación a un colegio de monjas. En 1925, Lola se casó con Manuel Álvarez Bravo, un viejo amigo y vecino de la adolescencia, quien entonces trabajaba como contador y que, con el tiempo, habría de convertirse en uno de los fotógrafos artísticos más destacados y reconocidos del México moderno.  

El matrimonio Álvarez Bravo residió un tiempo en Oaxaca y en 1927 regresaron a la ciudad de México donde nació su único hijo. Por aquel entonces, Manuel empezó a trabajar como fotógrafo y, como muchas mujeres artistas a lo largo de la historia, Lola comenzó a introducirse en el mundo de la fotografía como asistente de su marido, ayudando en distintas tareas relacionadas con el oficio: mezclar los químicos, revelar, copiar e imprimir. Gracias a esta preparación informal, cuando en 1931, Manuel cayó enfermo, Lola cumplió con los encargos pendientes y tiempo después, cuando la pareja se separó, en 1934, realizó trabajos comerciales que le permitieron ganarse el sustento y, posteriormente, desarrollar una carrera como fotógrafa artística profesional.  

Tras su separación de Manuel, Lola desempeñó distintos trabajos, primero como maestra de artes plásticas en el Centro Escolar Revolución –significativo recinto educativo que fotografió ampliamente–; luego como archivista del gobierno; y más adelante como retratista fotográfica, actividades que le permitieron mantenerse económicamente. A mediados de los años treinta, comenzó a trabajar como fotógrafa profesional para la revista El Maestro Rural, publicada por la Secretaría de Educación Pública. Tiempo después, la fotógrafa comenzó a recibir encargos importantes para distintas revistas ilustradas como Mexican Folkways o Espacios y, principalmente, para el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, organismo para el que documentó obras de arte y producciones artísticas. A lo largo de su vida organizó varias exposiciones y fundó una galería de arte, antes referida. Lola desarrolló así una larga carrera profesional, que abarcó alrededor de cincuenta años en los que pudo combinar sus trabajos de encargo con la docencia y con las tomas más personales realizadas para su propio placer y expresión estética y social.

Obra

La visión humanista que caracteriza a su producción, tanto la artística como la comercial, estuvo influida por el ímpetu extraordinario del renacimiento artístico mexicano, muchos de cuyos protagonistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Xavier Villaurrutia, Agustín Lazo, Salvador Novo, Carlos Mérida, Julio Castellanos, Juan Soriano y María Izquierdo fueron sus amigos entrañables a lo largo de toda su vida. Los fotomurales creados por Lola, realizados con fragmentos de sus propias fotografías a modo de collage, como sus fotomontajes  pero en tamaño monumental,  para algunos especialistas pueden ser considerados, por su contenido comprometido y sus medidas, como murales propiamente dichos. 

Lola conoció personalmente a los reconocidos fotógrafos Edward Weston y Tina Modotti en 1929; a Paul Strand en 1933; y a Henri Cartier Breson en 1934, de quienes también recibió importantes enseñanzas y muchas de sus imágenes comparten varias y significativas características con el surrealismo francés, tales como el interés por el mundo de la fantasía, el objeto encontrado y el contraste de realidades que genera la llamada “belleza convulsiva”, especialmente, en sus fotomontajes. A pesar de no tener una agenda ideológica politizada, como algunos de sus amigos artistas, por sus convicciones personales más profundas e influenciada por el ambiente intelectual que la rodeaba, Lola siempre buscó ir más allá de la apariencia de los temas fotografiados para profundizar en las raíces de las problemáticas sociales planteadas, especialmente en relación con la situación social de las mujeres. 

En efecto, un hilo conductor que atraviesa el repertorio temático de Lola está enraizado en su muy profunda identidad de género, seguramente estimulada por las experiencias de vida que tuvo que enfrentar como mujer divorciada a nivel tanto personal como profesional. Hasta donde se sabe no fue activista en los grupos feministas de su época, pero, como mujer culta y atenta a la realidad de su país y del mundo, sí asimiló en su quehacer artístico muchas de las preocupaciones de las luchas de las mujeres que también eran las suyas. Dentro del cuerpo de su obra, Lola representó con especial empatía a mujeres indígenas y campesinas; realizó numerosos retratos de mujeres intelectuales y artistas; y produjo también numerosas imágenes más abstractas, que como alegorías sumamente personales, parecen aludir a la situación social de las mujeres a lo largo del siglo XX.

Figura 3. Por culpas ajenas, Lola Álvarez Bravo, ca. 1948. Colección: Center for Creative Photography, The University of Arizona. Imagen tomada de: https://ccp.arizona.edu/.

Si bien el tema de las mujeres indígenas y campesinas en la obra de Lola puede relacionarse con la tendencia general de la escuela mexicana de denuncia sobre la injusticia de la explotación de dichos grupos sociales, en general, en su obra la fotógrafa suele enfatizar no sólo el aspecto crítico en relación con las mujeres como en Un descanso (ca. 1950), Llanto (ca. 1940), Indiferencia (ca. 1940) y Por culpas ajenas (ca. 1945) (figura 3), sino también, la representación íntima y emotiva de sus modelos, frecuentemente identificadas por su etnia o lugar de origen como en Mujer de Yalalag (1946), Mujer yucateca (1946) y Mujer de Cuetzalan (1955).

Lola también fotografió a algunas de las numerosas mujeres intelectuales y artistas de su época como: Olga Costa (ca. 1940) (figura 4), Lya Cardoza (ca. 1950), Guadalupe (Pita) Amor (s/f), Ruth Rivera Marín (1950), Marion Greenwood (ca. 1935), Isabel Villaseñor (1941), Alice Rahon (ca. 1950), Mariana Yampolsky (ca. 1950) y principalmente, a sus amigas María Izquierdo (1946) y Frida Kahlo (1944), de quienes realizó series completas. En algunos de estos retratos, la fotógrafa encuadró a sus personajes escribiendo, pintando o simplemente reflexionando, resaltando así su profesionalismo, vitalidad e inteligencia. En otros de sus trabajos dio rienda suelta a su imaginación poética aludiendo al mundo de la creatividad de sus modelos.

Figura 4. Retrato de Olga Costa, Lola Álvarez Bravo, ca. 1940. Colección: Fundación Cultural Televisa, A.C.

Finalmente, resulta interesante señalar en este contexto que algunas de las imágenes de Lola, de naturaleza aparentemente costumbrista, parecen trascender su lectura literal para realizar comentarios sobre la compleja condición de las mujeres en el siglo XX, como por ejemplo en Maniquíes (s/f), alude a la deshumanización de las mujeres tratadas como objetos; Hiedra (ruina) (1935), quizás es una referencia a la pérdida de la juventud y la consiguiente desvalorización de las mujeres en la sociedad patriarcal; y en su serie Tríptico de los martirios (1949), con sus imponentes desnudos femeninos asociados con la naturaleza y sin rostro, hace referencia nuevamente a algunos de los prejuicios de género en contra de las mujeres propios de la sociedad patriarcal. Una de las obras alegóricas más sobresalientes de Lola es la titulada En su propia cárcel (ca. 1950) (figura 5), sugerente imagen que parece representar las limitaciones sociales que inhiben el desarrollo profesional de las mujeres y que, muchas veces, no sólo le son impuestas sino que son interiorizadas por ellas mismas. 

Figura 5. En su propia cárcel, Lola Álvarez Bravo, ca. 1950. Colección: Carlos Monsiváis, Museo del Estanquillo. Imagen tomada de: http://museodelestanquillo.com/Unpaseo/obra/en-su-propia-carcel-11-am/.

Sirenas en el aire (ca. 1935-36) (figura 6), es otra significativa imagen alegórica de Lola. A pesar de que en este caso su origen fue comercial, pues respondió a un encargo de la compañía Olivetti para una de sus campañas publicitarias, la artista logró trascender dichas intenciones originales de la comisión, creando un poético collage fotográfico o fotomontaje. En efecto, las sirenas flotantes de Lola toman distancia frente a las temibles seductoras de marinos, características de la iconografía occidental, para descubrir en cambio, con curiosidad y encanto, una gigantesca máquina de escribir, simbolizando algunas de las nuevas opciones laborales abiertas a las mujeres en los años treinta. 

Figura 6. Sirenas en el aire, Lola Álvarez Bravo, ca. 1935-36. Colección: privada, cortesía Galería Enrique Guerrero. Imagen tomada de: https://www.schirn.de/en/magazine/context/2020/.

Reflexiones finales

Podemos concluir así que, a través de su vida y de su obra, Lola demostró ser capaz de encarnar y de expresar de forma clara y definida una avanzada y visionaria consciencia de su propia identidad de género, rompiendo tradiciones iconográficas y estereotipos de lo femenino muy asentados en el imaginario colectivo. Lola se atrevió a expresar una visión de la mujer excepcionalmente diferente que resulta muy provechosa para visualizar y para romper con algunos de los prejuicios culturales que históricamente han opacado al género femenino. 

La ineludible posición social de Lola como mujer, viviendo, amando y ganándose la vida en un mundo y en una época, en la que a pesar de ciertos cambios y avances considerables gran parte de la sociedad seguía rigiéndose por los valores patriarcales más extremos, matizó siempre la selección y la apariencia de sus imágenes, haciéndolas iluminar en cada toma una cosmovisión teñida por su perspectiva de género particular. 

Las imágenes de mujeres indígenas, retratos de artistas e intelectuales y alegorías, tratados con una sensibilidad y clarividencia poco comunes, no sólo constituyen fotografías extraordinariamente bellas en sí mismas, sino también el inicio de una manera de hacer arte en la que lo subjetivo no se opone, sino que complementa a lo social. Las mujeres representadas por Lola a lo largo de su obra, con sus características propias y compartidas, constituyen un poético retrato colectivo, un inspirador fotomural de todas las mujeres que lucharon para ser reconocidas como ciudadanas con plenos derechos tanto en el ámbito social y político como en el cultural. 

Comisarenco Mirkin, Dina, “La representación de la experiencia femenina en Tina Modotti y Lola Álvarez Bravo”, Revista de Estudios de Género, La Ventana, volumen 3, número 28, 2008, p.148-190.

Pacheco, Cristina, “Lola Álvarez Bravo: el tercer ojo”, La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos, 2a. edición, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 44-61.

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