¿Qué imágenes vienen a su mente cuando escucha Revolución mexicana?, las de los caudillos: Francisco Villa, Emiliano Zapata, Álvaro Obregón, o piensa en los líderes civiles: Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, o tal vez visualiza a la “bola”, a ese enorme grupo de personas anónimas detrás de los caudillos, en los campos de batalla o arremolinados en los trenes, los llamados “soldados de a pie”, los “juanes”.
Acerca de los líderes revolucionarios se han escrito miles de páginas por medio de las cuales conocemos su personalidad, objetivos, estrategias y la gente cercana alrededor suyo; también se han escrito innumerables textos sobre las distintas etapas de la revolución, sus grandes batallas, los triunfos y derrotas, pero ¿y las mujeres? ¿dónde quedó esa mitad de la población acompañante de sus maridos, padres, amantes, hermanos, hermanas, madres o hijas de los combatientes?
Escribir la historia de las mujeres en la revolución iniciada en 1910 ha sido labor de algunas historiadoras dedicadas gran parte de su vida a la investigación para lograr reconstruir sus vidas y visibilizarlas. Por ello sabemos hoy quiénes fueron algunas de ellas: coronelas, soldadesca, cocineras, enfermeras, espías, acompañantes o sólo personas que atestiguaron el trajín de la guerra. Incluso, gracias a investigaciones profundas, conocemos cuáles eran las características de su desempeño de acuerdo con la facción revolucionaria a la pertenecían. Esa tenaz historiografía permite conocer una muestra del universo de la participación femenina en la revolución, pero miles de ellas quedarán siempre en el anonimato.

El nacionalismo revolucionario destacó las imágenes de “adelitas”, ya sea a bordo de un tren, o en largas filas de féminas de todas las edades caminando a los costados de la tropa a caballo, arropadas sólo por su rebozo y con el bulto amarrado en su espalda con la preciada carga de su hijo o hija o lo que necesitaban para sobrevivir.
Otras postales muestran a conjuntos de mujeres trepadas arriba del carro del ferrocarril y, las más afortunadas, dentro del mismo, convirtiéndolo en su casa errante mientras se trasladaban de un lado a otro.
Cuanto más se estudia la participación de las mujeres en los procesos revolucionarios más se descubren los diversos motivos de su presencia.
Algunas personas suelen pensar en las mujeres como si todas hubieran sido “adelitas” que fueron a la revolución detrás de un hombre porque sin él eran nada. Sí, sin duda muchas decidieron, o no tuvieron otra opción más que irse con su marido, pareja, padre, hermanos o hijos, pero generalizar esa idea es simplificar las intenciones y voluntad de las personas. ¿Por qué no dar un golpe de timón a las visiones maniqueas o románticas, y pensar en mujeres que, en medio de una guerra, sin poder salir de casa o asediadas por cientos de hombres debieron mostrar agallas, valor, inteligencia, sagacidad, para enfrentar la realidad que las envolvía?
Por eso, la historia de las mujeres destaca su participación activa en todas las etapas del proceso revolucionario, no sólo como soldaderas, por ejemplo, las maestras normalistas expresaron su inconformidad y oposición al régimen antes del inicio de la lucha armada. En 1901 la maestra Juana Belén Gutiérrez de Mendoza fundó la revista Vésper, donde denunció las injusticias del régimen porfirista, lo cual fue muy celebrado en Regeneración con las siguientes palabras:
Ahora que muchos hombres flaquean y por cobardía se retiran de la lucha por considerarse sin fuerza para el combate encaminado a la reivindicación de nuestras libertades; ahora que muchos hombres sin vigor retroceden espantados ante el fantasma de la tiranía y llenos de terror abandonan la bandera liberal para evitarse las fatigas de una lucha noble y levantada, aparece la mujer, animosa y valiente, dispuesta a luchar por nuestros principios, que la debilidad de muchos hombres ha permitido que se les pisotee y se les escupa.
Las mujeres participaron en la lucha, unas con la pluma y otras con las armas. Otro ejemplo relevante, también en los primeros años del siglo, 1903, es el de, nuevamente, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza y Elisa Acuña y Rossetti quienes publicaron en Vésper un texto titulado “A los mexicanos”, en el que cuestionaban la indiferencia ante la represión de la dictadura.
[…] ante la República acusamos al tirano que atropella y a los cobardes que se inclinan para que el atropello pase, aun cuando al hacerlo sea por sobre ellos mismos. Porque si sois incapaces de defender a vuestros conciudadanos, por eso lo hacemos nosotras, porque sois incapaces de defender vuestra libertad, por eso hemos venido a defenderla para nuestros hijos, para la posteridad, a quien no queremos legar sólo la mancha de vuestra ignominiosa cobardía. Porque no usáis de vuestros derechos, venimos a usar de los nuestros, para que al menos conste que no todo era abyección y servilismo en nuestra época.
Francisco I. Madero fue apoyado por grupos de mujeres organizadas, como las Hijas de Cuauhtémoc o el club femenil antirreeleccionista Hijas de la Revolución, que lo respaldaban en sus giras por el país haciendo labor de difusión y propaganda del antirreleeccionismo. El 9 de mayo de 1910 las integrantes de la Liga Anti-reeleccionista Josefa Ortiz de Domínguez lanzaron un exhorto a las mexicanas:
Nuestra historia guarda en sus doradas páginas, paisajes sublimes de hechos en que mujeres abnegadas han levantado el espíritu decaído de los insurgentes o de los reformadores… ¡El solo recuerdo de tantas heroínas conmueve nuestros corazones y estamos dispuestas a imitarlas…! Ha llegado la oportunidad compatriotas, de que dentro de nuestra esfera de acción tomemos parte en la lucha política. ¡Unámonos todas las que sentimos latir un corazón henchido de patriotismo! ¡la República llama a todos sus hijos para que la salven del caos!
Los ejemplos antes mencionados se refieren a la etapa previa a la lucha armada, pero a partir de noviembre de 1910 el contingente femenino adquirió otras características en cuanto a origen socioeconómico y a las labores que tuvieron que desempeñar. Las funciones que realizaban eran distintas según el ejército al que pertenecían, estaban más o menos limitadas a realizar determinadas actividades de acuerdo con las directrices que marcaban los líderes. No pretendo explicar aquí esas diferencias, simplemente quiero mencionarlo para que se tenga presente que no era lo mismo ser una mujer en las campañas zapatistas que en las obregonistas, o en el ejército federal que en la División del Norte.

Las mujeres villistas
Francisco Villa estaba en Estados Unidos cuando ocurrió el cuartelazo de 1913, se había refugiado ahí luego de fugarse de la prisión de Tlatelolco, en Ciudad de México. Apenas dos semanas después de que Huerta inició la traición al presidente Madero, Villa cruzó la frontera acompañado por menos de una decena de hombres. Recorriendo rancherías y pueblos fue sumando simpatizantes y poco a poco logró dar forma a un ejército numeroso. Meses después, en septiembre, ese grupo tomó el nombre de División del Norte.
Al villismo se adhirieron rancheros, cuidadores de ganado, peones, trabajadores de empresas agrícolas, entre otros. Inicialmente se admitieron mujeres en el ejército villista, pero luego se trató de impedir su presencia por considerarlas un potencial obstáculo para la óptima movilización de las tropas.
Villa buscaba la mayor eficiencia posible de su ejército e implementaba medidas tales como una mejor movilidad de la tropa y un sistema de abastecimiento más eficaz, además consideraba que en su ejército moderno todos los puestos de línea y del estado mayor debían ser ocupados por hombres. Sin embargo, hubo oposición de algunos soldados y eso echó para atrás el propósito de Villa, de tal suerte que la presencia de mujeres llegó a ser muy numerosa.

Además de las labores “comunes” desempeñadas por las mujeres en este proceso bélico, tales como conseguir y preparar alimentos o fungir como enfermeras, también contribuyeron al movimiento villista como espías, contrabandistas de armas, correo, soldaderas, inclusive algunas obtuvieron grados militares.
Reconstruir la historia de tantas personas muertas en el campo de batalla sin dejar rastro alguno o de sobrevivientes de la guerra perdidas en el anonimato, ha sido una labor compleja. El libro Las mujeres en la Revolución mexicana, publicado por el INEHRM en 1992, contiene un apartado titulado “Con Villa también estuvieron las mujeres”, en él se hace referencia a algunas mujeres participantes en la lucha villista y del cual tomo los siguientes datos:
- Cristina Baca viuda de Fusco. Prestó sus servicios como enfermera a la División del Norte; de 1913 a 1916 estuvo a cargo del Hospital de Sangre Abraham González, en la ciudad de Chihuahua y aportó dinero para que no se dejara de atender.
- María Guadalupe Cortina de Labastida. Enfermera en los hospitales de sangres y en los servicios sanitarios. Atendía a los heridos en combate
- Mariana Gómez Gutiérrez. Profesora. Estuvo activa desde 1910, cuando se sumó a la revolución maderista para combatir el gobierno de Díaz. Al presentarla a su ejército, Villa dijo “ella escribirá la historia de nuestras batallas y de nuestra causa; será como una hija para los hombres ya viejos y el resto la tratará como su hermana y profesora”. Participó en la toma de Ojinaga, al frente de las tropas villistas, en diciembre de 1913.
- Mariana Villaseñor. Tuvo actividad en diferentes combates, en 1914, por lo que se le otorgó el grado de coronel.
- Aurora Ursúa de Escobar. Fue secretaria particular de Francisco I. Madero; luego fungió como agente de enlace entre Villa y Lucio Blanco, después entre Villa y Zapata. El Centauro le otorgó el grado de coronel de la División del Norte.
- Elisa Griensen Zambrano. A la edad de 13 años organizó a un grupo de alumnos para convocar al pueblo de Hidalgo del Parral a combatir a las tropas estadounidenses que había entrado en territorio nacional en busca de Pancho Villa, en 1916. Ella fue la primera en disparar contra los soldados norteamericanos y todos los demás la secundaron lanzando piedras y disparando contra aquellos.
En La mujer en la Revolución mexicana: perfil histórico de algunas mujeres que participaron en acciones de armas en la Revolución mexicana de 1910, de Alicia Villaneda, se consignan datos biográficos y algunos testimonios de soldaderas villistas:
- Tomasa García. Estuvo bajo las órdenes de Pánfilo Natera en la toma de Zacatecas, también participó en la toma de Ciudad Juárez, de Torreón y de Gómez Palacio. Tomasa narró algunos de los deberes de las soldaderas “la soldadera tenía que montar a caballo y ser de arranque para ensillar su caballo. Cuando se lo mataban a uno pronto se echaba usted, mientras mataban a alguno para que pasara el caballo ensillado, con el lazo agarrarlo del pescuezo y a subirse al caballo de quien fuera. En veces montaba uno a pelo, agarrado de las crines…”
Aunque se ha discutido la actitud que tuvo Villa en algún momento, de ser renuente a tomar en cuenta a las mujeres por considerarlas “seres que debían ser amadas y protegidas”, durante su gestión como gobernador de Chihuahua el Centauro del Norte dio muestras de su compromiso social y promulgó un decreto sobre confiscación de bienes para así proteger a viudas y huérfanos de la revolución de 1910.La literatura también contribuye a conocer el perfil de otras mujeres del norte durante la revolución. Nellie Campobello, quien nació en Villa Ocampo, Durango, en 1900, fue la autora de la primera obra sobre la Revolución mexicana escrita por una mujer: Cartucho.

María Francisca Luna Moya, su nombre real, fue una de tantas personas que presenciaron la crudeza de la guerra en Chihuahua y Durango. Su visión de los hechos siendo una adolescente quedó plasmada en Cartucho, donde se reúnen una serie de historias sobre personas y situaciones ocurridas en el contexto del villismo en Parral, Chihuahua. En una de sus narraciones, “Las mujeres del norte”, describe cómo las mujeres eran solidarias con los jóvenes soldados villistas quienes pasaban por ahí, los “cartuchos”:
—Ya vienen por el puente los changos.
—Madrecita –dijo Elías Acosta–, horita vengo, cuide que no se me enfríe mi caldo.
Su asistente les hizo a los changos el juego. Elías Acosta, escondido en el callejoncito, les hizo fuego; jamás le fallaba la puntería.
Volvieron a la casa de Chonita a buscar su caldo y su taza de atole.
Chonita les traía todo, corría, volaba; sabía que aquel hombre adornaba, por última vez, la mesa de su fonda.
—¿Cuánto le debo? –le dijo tímidamente–. Ya nos vamos, madrecita, porque vienen muchos changos.
—Nada, hijo, nada. Vete, que Dios te bendiga.
—Por allí se fueron –decía levantando su brazo prieto y calloso, Chonita, la madrecita de Elías Acosta y de tantos otros”.
¿Cuántas como Chonita habrán salvado el día de un soldado sirviéndoles un plato de caldo o un pocillo con atole? Ellas también combatieron desde su trinchera: peleando con una carabina al hombro, curando las heridas, sepultado a los muertos, obteniendo información útil para su ejército o alimentando al revolucionario hambriento y fatigado. Ellas también hicieron la revolución.
Para saber más:
Jaiven Ana Lau y Carmen Ramos (estudio preliminar y compilación), Mujeres y Revolución 1900-1917, México, SEGOB, INEHRM, CONACULTA, INAH, 1993.
Las mujeres en la Revolución Mexicana (1884-1920), México, INEHRM, 2020.
Rocha Islas, Martha Eva, Los rostros de la rebeldía. Veteranas de la Revolución Mexicana, 1910-1939, México, Secretaría de Cultura, INAH, INEHRM, México, 2016.






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