La División del Norte es una de las mayores hazañas históricas mexicanas. Su organización fue un punto de viraje en la guerra campesina y en la revolución. Las masas del norte del país y las que se sumaban en su avance, se incorporaron en ella, la organizaron de la nada y contra todos, le dieron su tremendo empuje, alzaron a uno de sus propias filas, Francisco Villa, como el mayor jefe militar de la revolución, barrieron en el camino con cuanto se les puso por delante. 

A diferencia del zapatismo, la División del Norte, es decir, el ejército villista, en la etapa de sus grandes triunfos militares contra el ejército federal no tuvo independencia en cuanto a dirección política y a programa. Avanzó sobre el centro del país hacia el derribamiento del gobierno como uno de los tres cuerpos de ejército en que se apoyaba la dirección burguesa de la revolución. Pero dentro de esta estructura, tuvo en los hechos una creciente independencia militar que era la manifestación de la necesidad de independencia política que subía confusamente desde las filas de la División del Norte. 

Esa necesidad nunca habría encontrado forma de expresarse, si no hubiera sido por la existencia del ejército zapatista en el sur. La conjunción entre el ejército campesino y plebeyo que bajaba violentamente desde el norte, encabezado por Villa, y el ejército campesino que desde el sur amenazaba a la ciudad de México, dirigido por Zapata, era un hecho tan previsible como temido por los dirigentes burgueses y pequeñoburgueses de la revolución, porque significaba unir la mayor capacidad militar con la mayor capacidad política alcanzadas por las fuerzas campesinas. Equivalía a unir nacionalmente la insurrección campesina, y aquellos dirigentes sentían que no sólo caería el gobierno de Huerta contra el cual combatían, sino que también su propia perspectiva de clase iba a quedar bajo una amenaza cuyos alcances no podían prever, pues la capacidad revolucionaria del campesinado era para ellos magnitud desconocida y hostil. Pero nada de cuanto hicieron pudo evitar ese encuentro, porque mientras duró el ascenso de la revolución ellos no tuvieron la suficiente fuerza militar, social ni política para oponer al zapatismo y al villismo. 

La historia de la División del Norte es la historia militar y social de cómo masas campesinas y plebeyas organizadas en ejércitos se abrieron paso y abatieron todos los obstáculos hasta dominar la mayor parte del territorio del país. En ese sentido, la historia de la guerra civil hasta la caída de Huerta es, no única pero sí fundamentalmente, la historia de la División del Norte.

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La División del Norte tuvo su etapa de auge durante todo el año 1914. Era un polo de atracción al cual se sumaban los campesinos insurrectos, sus mujeres, sus familias. Los oficiales, salvo excepciones, tenían la misma extracción plebeya y campesina: la audacia, la valentía y la capacidad de combate eran las condiciones a través de las cuales se operaba la selección. 

Con pasión y afecto, John Reed describe en México insurgente el avance de los villistas en la primera mitad de su año de triunfo. Es una masa armada que se desplaza hacia el sur dando batallas grandes y combates pequeños, conquistando México en su marcha. Sobre los trenes o a caballo, acompañados por sus mujeres que cuando es preciso también empuñan los fusiles, y las mujeres llevando consigo a sus hijos pequeños, los soldados de la División del Norte encarnan la fuerza incontenible de la revolución.

Villa, Leopoldo Méndez, Taller de Gráfica Popular, ca. 1944. Colección: Particular. Imagen tomada de aquí: https://www.annexgalleries.com/inventory/detail/20650/Leopoldo-Mendez/Villa-aka-Pancho-Villa

En apariencia es un tremendo desorden. Pero en la acción, por debajo de ese aparente desorden hay un orden superior a cualquier reglamento militar. Es el orden impuesto por la voluntad común y el objetivo común que guía a los campesinos organizados en ejército: la victoria significa las tierras, después de la revolución no va a haber más ricos ni más pobres, cuando triunfemos todos seremos iguales y viviremos en paz, tendremos la tierra y no habrá explotadores. En ese resorte profundo se apoya el comando de Pancho Villa para unificar en su voluntad militar de victoria, la de todos. Puede hacerlo como ningún otro porque él mismo es un campesino, es la síntesis de todas las cualidades y rasgos del carácter, los deseos y las perspectivas de sus hombres. Por eso pudo la capacidad organizadora de Villa convertir a esa masa armada en el mejor ejército de la revolución mexicana. 

Con el villismo, la inmensa multitud de los peones y jornaleros del norte, de los campesinos sin tierra, de los pobres de siempre, encuentra un objetivo, siente que se incorpora a la vida, que por primera vez puede expresarse, combatir para vencer y decidir, no para ser reprimidos y aplastados. Lo siente mucho más porque su jefe es también un campesino, el mejor militar, el mejor jinete y el mejor hombre de campo de todos. El villismo no tiene un programa, como Zapata, pero tiene la figura de Villa: a falta de programa, su persona representaba a los campesinos y pobres insurrectos. 

Ellos se veían en Villa, les inspiraba confianza absoluta. Llevaba al nivel heroico los rasgos propios de todos: el coraje, el odio a los explotadores, la desconfianza, la implacabilidad en la lucha, la crueldad, la astucia y la ingenuidad, la fraternidad, la ternura y la solidaridad hacia los pobres y los oprimidos, y también la inestabilidad de carácter, reflejo indirecto de la situación intermedia del campesinado en la sociedad burguesa. Los rasgos teatrales en muchas acciones de Villa encuentran allí su explicación. Así tenía que ser, eran un medio de comunicación instintivo con su propia base, un instrumento elemental de unificación, de dirección y de imposición de su voluntad de mando. 

Era necesaria la personalidad de Pancho Villa para unir y dar una dirección a esas masas en movimiento, a las cuales se sumaban y con las cuales se confundían arribistas, pequeñoburgueses pobres y ambiciosos, desertores, militares, partidas armadas formadas espontáneamente en las aldeas del norte que se reunían y dispersaban al azar de las batallas. Podía darla no porque sus rasgos estuvieran predestinados para ello, sino precisamente por lo contrario: porque esa personalidad era el producto, la quintaesencia, la “creación” de esas masas que elevaron a Villa como su jefe. La mayoría de los rasgos enérgicos, marcados, que la burguesía ha tratado y trata de denigrar en Villa —mientras oculta o disimula el carácter cruel, siniestro y asesino de sus jefes, Carranza el primero, masacradores a sangre fría de miles y miles de campesinos— eran rasgos necesarios para poder ejercer su jefatura sin los medios culturales y de clase que la burguesía y sus instituciones proporcionan a sus propios cuadros. Villa, más que ninguna otra figura de la revolución, llegó a infundir terror a la burguesía, y la denigración no es más que el reflejo invertido del miedo que aún le inspira.

El origen de ese terror no era Villa en sí, sino la revolución campesina que él representaba. Pero Villa sabía también cómo usarlo militarmente. Sabía mantener, cuidar y acrecentar el prestigio y la fama de invencibilidad de la División del Norte. Y lo utilizaba como uno de los elementos de la acción militar, pues inspirar de antemano terror al enemigo era tenerlo ya a medias vencido antes de entrar en choque directo con él. Por eso muchas de las anécdotas de crueldad de Pancho Villa no eran en esencia más que medidas elementales, instintivas a veces, pero imprescindibles en aquella lucha, de terror revolucionario contra el enemigo de clase. En cambio, Madero primero, Huerta después, Carranza más tarde asesinaron en masa al campesinado de Morelos; quemaron, fusilaron, masacraron, deportaron hasta exterminar a la mitad de la población de la zona zapatista. 

“El ejército napoleónico”, decía Marx, “era el point d’honneur de los campesinos parcelarios, eran ellos mismos convertidos en héroes, defendiendo su nueva propiedad contra el enemigo de fuera, glorificando su nacionalidad recién conquistada, saqueando y revolucionando el mundo. El uniforme era su ropa de gala; la guerra, su poesía; la parcela, prolongada y redondeada en la fantasía, la patria; y el patriotismo la forma ideal del sentido de propiedad.” Aún más que eso, mucho más, era el ejército villista para los campesinos de México, porque era también su fuerza, su “partido militar” y su personalidad de hombres, negada por los opresores durante siglos, entrando violentamente al mundo a sangre y fuego, abriéndose paso gozosamente contra los patrones, los ricos y los catrines. 

En parte por instinto de clase, en parte por inteligencia y conciencia, en todo eso supo apoyarse Pancho Villa. De ahí salía el empuje militar de la División del Norte. “Cuando ganemos la revolución, ésta será un gobierno de hombres, no para los ricos. Vamos caminando sobre las tierras de los hombres. Antes pertenecían a los ricos, pero ahora me pertenecen a mí y a los compañeros”, decía un capitán villista a John Reed. Y le decía un campesino viejo: “¡La revolución es buena! Cuando concluya, no tendremos hambre nunca, nunca, si Dios es servido”. Con esa carga concentrada y explosiva de esperanzas se precipitó sobre la capital la División del Norte, haciendo trizas en el camino el ejército de los terratenientes. 

Pero no sólo con esperanzas se hacen los triunfos, sino ante todo con organización de las fuerzas propias. Y en eso Villa fue un maestro. Supo utilizar los trenes hasta el máximo, organizar los abastecimientos, obtener los pertrechos y los fondos de donde los hubiera, tener hasta treinta y cuarenta vagones hospitales con los últimos adelantos de la época, esmaltados de blanco por dentro, con todo el instrumental quirúrgico, organizar la evacuación veloz de los heridos hacia la retaguardia. Se esforzó por ir imponiendo las normas del reglamento militar. Supo utilizar a los oficiales de carrera que se fueron incorporando a su ejército. Y tuvo a su lado al más destacado de ellos, el general Ángeles, y supo apoyarse en sus conocimientos de artillería y en su capacidad de estratega militar como uno de los factores de los principales triunfos de la División. 

Fueron rasgos del mando de Villa la audacia y la impetuosidad de los movimientos de combate, para los cuales se prestaba su elemento natural de lucha y su arma favorita, la caballería. Pero a esos rasgos los acompañaba un sentido natural de ahorro de fuerzas y de preocupación por la suerte de sus soldados, por sus condiciones de combate y por sus vidas; todo lo contrario de la actitud de los oficiales federales, que consideraban al soldado simple carne de cañón desechable y despilfarrable en las batallas. Por eso el soldado villista, además de que luchaba con un objetivo revolucionario, veía también lógico cuando una orden le exigía arriesgarse, jugarse la vida o aun ir a la muerte, porque su experiencia le había enseñado a confiar en que el mando cuidaba las vidas de sus hombres.

Francisco Villa y sus tropas en un carro de ferrocarril, Otis A. Aultman, ca. 1914. Colección: Bibliotecas de la Universidad del Norte de Texas, El Portal de la Historia de Texas, Biblioteca Pública de El Paso. Fotografía tomada de: https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth63275/?q=Francisco%20Villa.

Pero sobre todo, la División del Norte era el ejército de los campesinos y los pobres. Lo encabezaba un caudillo campesino. La mayor parte de sus mandos superiores y subalternos eran campesinos. Sus trenes venían cargados de campesinos y campesinas armados, haciéndose dueños de México. En los pueblos y ciudades donde entraban sus destacamentos, abrían las puertas de la cárcel y ocupaban el monte pío, devolviendo al “pobrerío” los pequeños bienes empeñados para sobrevivir. Por donde avanzaba, alzaba las esperanzas campesinas, concentraba el apoyo, estimulaba con su solo paso a sublevarse, a tomar las tierras, a cultivar cada uno su parcela en las haciendas de donde habían huido los terratenientes. La rodeaba y la empujaba el cariño de las masas. Tenía, como los zapatistas y como todos los ejércitos populares, un servicio de informaciones perfecto: siempre sabía qué pasaba en territorio enemigo, qué se planeaba en sus campamentos y cómo preparaban la defensa de sus ciudades, porque el campesinado veía todo con sus incontables ojos e informaba todo por sus innumerables bocas. Por eso, mientras durara el ascenso de la movilización, la División del Norte era invencible. Y a través de ella, o al amparo de ella, las masas del campo aprovechaban para ajustar muchas pequeñas y grandes cuentas, acumuladas durante siglos de opresión y de rapiña, con los ricos, sus agentes y sus aliados, con los señores, sus administradores, sus mayordomos y sus rurales. Era la revolución. 

No sólo la fulminante capacidad de combate, sino la capacidad de organización de Pancho Villa es un recuerdo de pesadilla para la burguesía mexicana. Villa enseñó que el ejército burgués no es invencible en la guerra civil y dejó en México la tradición de que un ejército campesino, dirigido por un general campesino, puede vencerlo batalla tras batalla hasta aniquilarlo. Eso la burguesía lo tolera y hasta lo olvida a uno de los suyos, pero no lo perdona jamás a un antiguo peón de sus antiguas haciendas. 

Un campesino antes bandolero, que no pudo recibir siquiera instrucción escolar elemental pero que sabía a perfección todas las artes del caballo, del campo y de las armas; que terminó de aprender a escribir en el tiempo que estuvo en la cárcel de México pero que mostraba una rapidísima inteligencia organizadora; que para la burguesía era la negación de su cultura y de sus hábitos de clase, pero cuyas reacciones y movimientos no podía prever y le echaban encima fuerzas enemigas, poderosas y desconocidas para ella; ese hombre se le aparecía como una encarnación del mal absoluto, es decir, de la revolución. Y sobre todo, ese hombre mostraba que nada de lo que ella, la burguesía, consideraba imprescindible para vivir, en realidad era necesario. Es decir, en el fondo, que ella misma como clase no era necesaria, porque un dirigente campesino era capaz de organizar lo que sus mejores administradores jamás hubieran podido. Eso es una pesadilla para la burguesía, pero es también, y sobre todo, una fuente más de confianza en sí mismas para las masas de México. Por eso en la memoria de ellas se mantiene viva la figura de Villa, y aunque la historia oficial lo denigra mientras ensalza la figura de Carranza, Villa sigue viviendo en los corridos, en el arte popular, en las anécdotas y en la esperanza de los pobres y los oprimidos. 

La División del Norte era la forma militar del poder de los campesinos, así como el zapatismo era ante todo su forma social. Ésa fue la potencia irresistible que partiendo de Chihuahua en el mes de marzo de 1914, se abatió sobre Torreón y el 2 de abril quebró la resistencia federal e hizo suya la plaza.

Este texto es un fragmento del capítulo “La División del Norte” del clásico libro de Adolfo Gilly, La revolución interrumpida. Escrito cuando Gilly se encontraba encarcelado en Lecumberri por su militancia política de izquierda, fue publicado por primera vez en 1971 por la editorial El Caballito. Posteriormente, el autor realizó actualizaciones en dos ediciones publicadas por Ediciones Era. El presente fragmento se reproduce, con autorización, de la última edición publicada por Era en 2007.

Derechos Reservados © EDICIONES ERA S.A. DE C.V., La revolución interrumpida, Adolfo Gilly, 2007.

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