El pasado mes de febrero se cumplieron 80 años del nacimiento del Paricutín, uno de los volcanes más jóvenes de América y también uno de los fenómenos naturales más significativos para la ciencia, el arte y la cultura del siglo XX mexicano. Con motivo de esta conmemoración, el Museo de Arte Carrillo Gil presenta, de la mano de Rebeca Barquera, una selección de su acervo documental que gira en torno al nacimiento de este volcán.
El 20 de febrero de 1943, Dionisio Pulido, un campesino de la región del Paricutín, no imaginó lo que iban a presenciar sus ojos, ese día estaba más allá de lo que habría podido pensar alguna vez. Las crónicas cuentan que Dionisio fue a trabajar a sus sembradíos de maíz, de pronto escuchó ruidos extraños y vio una nube de humo salir de la tierra de la cual brotaban algunas piedras, entonces emprendió el camino de regreso y al llegar con los otros pobladores les contó que “se había rajado la tierra”.
Para las mujeres, hombres y niños de los poblados de Paricutín y Parangaricutiro, este acontecimiento no podría ser otra cosa que el fin del mundo: algunos rezaban o lloraban ante el desconcierto, mientras que otros, más llamados por el asombro, fueron acercándose a esos ríos de lava que poco a poco sepultaron los dos poblados de tradición indígena. Otros asombrados por el nacimiento de este volcán fueron geólogos, periodistas, escritores, poetas y artistas, entre ellos pintores y fotógrafos, que no dejaron pasar la oportunidad de registrar tan particular acontecimiento.
El desarrollo del volcán Paricutín fue el primero que la humanidad tuvo oportunidad de presenciar y documentar desde su nacimiento hasta su muerte, por ello significa un hito para el estudio de los volcanes en México y el mundo, incluso podría decirse que con el Paricutín también nació la vulcanología, pues antes no existía este campo de estudio como una rama independiente de la geología o la sísmica.
El Paricutín se mantuvo activo de 1943 a 1952 y forma parte del campo volcánico Michoacán-Guanajuato que cuenta con más de 1100 volcanes monogenéticos, es decir, que hacen erupción una sola vez, misma que puede durar desde días hasta meses o años. Al nacer este volcán tenía una altura de 30 metros, al tercer día ya medía 60 metros, en un año alcanzó una altura de 336 metros y su último punto de crecimiento fue de 424 metros, que es su altura actual. Aunque al inicio no causó daños considerables, los pobladores aledaños a la zona con el paso de lo días tuvieron que ser evacuados para evitar daños mayores.
José Revueltas –periodista del diario El popular, dirigido por Vicente Lombardo Toledano–visitó el Paricutín 40 días después de su erupción y describió, a lo largo de un texto de once cuartillas que se publicó por entregas del 9 al 11 de abril de 1943, su “Visión del Paricutín. Un sudario negro sobre el paisaje”. En este texto, lleno de imágenes cubiertas por la arenilla que incluso llegó hasta la ciudad de México, Revueltas nos cuenta el paisaje de dolorosa ternura que dejó el Paricutín a su paso: “He visto [a un hombre] ebrio, muerto en vida, borracho tal vez no sólo de charanda, sino de algo intenso y doloroso, de orfandad […] estaba en lo alto de una pequeña meseta de arena, frente al humeante Paricutín, y de la garganta le salía el tarasco hecho lágrimas”.
Del mismo modo que Revueltas, artistas nacionales y extranjeros como Gerardo Murillo, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Wolfgang Paalen, Florence Arquin, Roberto Matta y Onslow Ford, y escritores como Allen Ginsberg, Xavier Moyssen, Luis Cardoza y Aragón y el mismo Alvar Carrillo Gil, confluyeron en torno al Paricutín y plasmaron en sus lienzos y en sus textos el nacimiento del volcán como fenómeno natural, pero también como mito prehispánico, como poema visual, como metáfora de la energía femenina, como catástrofe que se ligaba con las explosiones, las bombas, las guerras y con el uso de la energía atómica que tantos estragos causaría en esa época.

En esta muestra realizada por la historiadora del arte Rebeca Barquera podemos encontrar obras como Mar petrificado (cráter atómico) de Alvar Carillo Gil, su colaboración Poesía y Paisaje para la revista Artes de México, así como sus intercambios con el escritor Luis Cardoza y Aragón, con quien compartió la tarea de estudiar la pintura de José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, pintores que también retomaron en algunas de sus obras este acontecimiento y lo ligaron con sucesos similares como la erupción del volcán El Xitle, que originó la actual zona del pedregal en la Ciudad de México.
Del mismo modo, en esta minuciosa y cuidada selección que hace Rebeca Barquera de los materiales que resguarda el acervo del Museo de Arte Carrillo Gil, podemos apreciar el folleto de la exposición Valles y montañas de México. 80 dibujos del Dr. Atl, que abarca obras de 1904 a 1948, en las que el artista mostró al Paricutín en plena actividad, así como su propia subjetividad al encontrarse con la lava y con el fuego volcánico.
La selección que hace Barquera para esta muestra no olvida los usos del Paricutín como metáfora de la belleza convulsiva que se ha asociado con el cuerpo de la mujer en la modernidad patriarcal. Así pinta un panorama del impacto del nacimiento de un volcán en el medio artístico y cultural y sirve como punto de partida para revisar y cuestionar esas y otras asociaciones que se dan entre el arte, la cultura y la ciencia. Es una provocación para abrir paso, como lo hizo el nacimiento del Paricutín, a nuevas lecturas desde otros puntos de vista.
La exposición, Desde las cenizas del Paricutín. Vestigios en el acervo a 80 años de su nacimiento, puede visitarse de martes a domingo en el centro de documentación del Museo de Arte Carrillo Gil hasta el 30 de abril de este año.






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