Por Rebeca Villalobos Álvarez

Después de la muerte de Benito Juárez su figura comenzó un trayecto que lo convertiría en  uno de los héroes más emblemáticos de la historia. En el siglo XX, los rituales cívicos, monumentos, películas, expresiones populares y demás construcciones discursivas forjaron al Benemérito de las Américas como un símbolo patrio. Para profundizar en el tema entrevistamos a Rebeca Villalobos Álvarez, historiadora que ha investigado pormenorizadamente cómo Juárez pasó de ser un personaje central de la vida política del siglo XIX a un héroe nacional. 

¿A partir de cuándo y por qué Benito Juárez fue considerado un héroe nacional?

Aunque siempre hay excepciones (Antonio López de Santa Anna sería una, por ejemplo) la heroización en vida no es tan frecuente como la póstuma. Benito Juárez fue un político muy admirado a lo largo de su vida y, naturalmente, una figura fundamental en la vida pública. Justo por eso también fue combatido e incluso repudiado, particularmente en los últimos años de su vida que fueron los de su última y controvertida reelección presidencial. Es por ello que no deja de sorprender ya no digamos el luto, sino el trascendental enaltecimiento y mitificación de su figura a raíz de su muerte. El magno ritual luctuoso organizado por el Estado, y replicado con mayor o menor intensidad en los siguientes años, dio lugar a la transformación de Benito Juárez en un símbolo patrio: un referente de la dignidad republicana y del amor patriótico. Durante esos dos primeros lustros de vida póstuma, Juárez no era todavía un héroe de alcance nacional pero su figura consiguió, gracias a la devoción que se le tributaba, erigirse como un símbolo fundamental del republicanismo para las élites liberales. 

Esto se debe, al menos en parte, a la situación de incertidumbre que surgió tras su muerte. Su inesperado fallecimiento dejó un enorme vacío de poder y, en cierto modo, obligó a sus detractores liberales a revalorar su liderazgo. Los primeros rituales juaristas proyectan el genuino lamento por la pérdida pero también (y sobre todo) la necesidad de un referente de unión. A través de ellos se construye la imagen de una suerte de mártir patriótico: inmaculado y sublime. Este símbolo sería de capital importancia para todas las facciones liberales, pues les permitió, a la larga, hacer uso de la memoria de Juárez para legitimar y explicar sus propias luchas. 

¿Cuáles son las etapas que usted identifica en la construcción heroica de Juárez?

Hay varias formas de periodizar la devoción por la figura de Juárez tras su muerte. Si pensamos únicamente en su utilización por parte del gobierno, el año de 1887 resulta fundamental, pues es la primera vez que el ya asentado régimen porfirista consigue monopolizar los festejos luctuosos y darles una proyección nacional. En general, hay un cierto consenso entre los estudiosos sobre el tema en el sentido de que el Porfiriato fue el gran impulsor del culto a Juárez. Esta afirmación, no obstante, admite muchos matices. Desde mi punto de vista, la heroización de Juárez surge con sus rituales luctuosos y se prolonga por varios años sin que exista un núcleo articulador, ni un consenso definido en torno a los usos del héroe. Son estos años (1872-1886) el escenario de muchos proyectos de monumentos fallidos y disputas (algunas ventiladas en la prensa) sobre la mejor forma de homenajear al héroe. Estas polémicas evidencian la importancia de Juárez pero a la vez revelan la falta de consenso ideológico, la claridad en torno a lo que celebran o conmemoran. Y esto sucede, en parte, porque el homenaje sigue siendo luctuoso. Incluso en la gran celebración de 1887, el homenaje es una conmemoración luctuosa, no una celebración. El gran monumento a Juárez en esos años, en cierto sentido el único, es el Mausoleo a Juárez que en 1880 vio la llegada de la famosa pieza escultórica de los hermanos Juan y Manuel Islas: un mármol en el que la Patria sostiene el cuerpo de un Juárez yerto, único en la monumentaria de tema juarista. 

El gran cambio de época viene, desde mi punto de vista, en el año de 1891, el primero en celebrar el natalicio, en lugar de conmemorar la muerte. A partir de ese momento se abandonan tanto el sepulcro como el ritualismo luctuoso en favor de la fiesta cívica. El gran síntoma de ello fue celebración del 21 de marzo, en una ceremonia encabezada por el presidente Porfirio Díaz en la que se develó la estatua del Juárez sedente (y triunfante) de Miguel Noreña en el Segundo Patio Mariano de Palacio Nacional. Desde ese momento y hasta la inauguración del Monumento a Juárez (hoy conocido como el Hemiciclo) en 1910, el culto al prócer se definió por la reivindicación del ícono civil. Son en efecto estos los años de mayor deliberación en torno a la significación de Juárez como símbolo del soberanismo, la ley y el poder legítimo. Y cabe señalar que aun cuando el papel del gobierno es fundamental en la administración y promoción del culto a Juárez y sus objetos, de ninguna manera es su único portavoz o agente. La oposición utilizó frecuentemente la figura de Juárez para combatir los excesos del régimen, lo cual es interesante porque demuestra hasta qué punto la imagen del oaxaqueño se había revestido de un manto de legitimidad inmaculada que el político de carne y hueso no gozó en vida. Con la caída del régimen en 1910 se transforma no sólo la política y la sociedad sino también la memoria nacional y nacionalista. Si se asocia el culto a Juárez sólo con el régimen porfirista sería fácil marcar ese año como el de su mayor apogeo pero también el de su muerte. Sin embargo, la trascendencia de Juárez en la memoria nacional es un fenómeno notable. En medio de la lucha armada, el nombre de Juárez reverbera en discursos revolucionarios provenientes de las facciones maderistas y más tarde de las carrancistas (por mencionar sólo algunos ejemplos). Los primeros gobiernos de la posrevolución no hicieron suya la figura de Juárez pero tampoco la desterraron del panteón nacional, antes bien, con el pasar de los años volvió a hacerse funcional al régimen y muy particularmente a la figura presidencial, de la que ha sido prácticamente imposible disociarlo. A partir de los años treinta del siglo XX, la figura de Juárez se inserta, además, en el ámbito de los imaginarios fílmicos y literarios con mayor ahínco, y la educación pública vuelve a darle un poderoso impulso. Todo esto acaso explique otro de sus momentos de triunfo oficialista, que es el año de 1972, el mismo que, por decreto presidencial, fue denominado El año de Juárez. Es en este momento cuando se cierra el ciclo posrevolucionario, gracias al cual se resignificó la imagen del héroe civil, acompañándola del mito indigenista y la fábula del mestizaje que tanta importancia ha tenido en la educación cívica mexicana, cuando esta es impartida a través de la figura de Juárez.

Monumento Cabeza de Juárez en Iztapalapa, 1972-1976. Imagen tomada de: https://commons.wikimedia.org/

En su opinión, ¿cuál es la relación entre la figura de Juárez construida por el poder político y las expresiones populares, como canciones, grabados, murales, etc.?

Si algo podemos afirmar de la figura póstuma de Juárez es que, aunque identificable a lo largo del tiempo, ha sufrido variaciones, ha sido interpretada y utilizada, como cualquier otro símbolo nacional, de distintas formas y a partir de diversos intereses. No sólo el gobierno sino muchos otros grupos políticos u organizados han hecho de Juárez un emblema. Esto explica que, a pesar de tratarse de una imagen tan estandarizada (acaso acartonada) esté tan vinculada con la cultura visual y los imaginarios cívicos. Su rostro y busto se han multiplicado en las plazas nacionales, en estampas y retratos, en postales y billetes. El ícono es reconocible y accesible y eso naturaliza su presencia en nuestra cultura política. Sin negar la importancia que han tenido los grupos políticos en la utilización de la figura de Juárez para sus propios fines, lo cierto es también que ésta se ha normalizado como souvenir patrio.

Desde principios de siglo el semblante adusto del Benemérito decora etiquetas de cerveza, postales, utensilios varios (cucharas y platos conmemorativos). Más tarde, el oaxaqueño fue uno de los grandes protagonistas de la pintura mural y las representaciones populares de artistas como el Taller de Gráfica Popular. Muchas de estas expresiones plásticas fueron promovidas desde el gobierno pero sus alcances y difusión obedecen también al gusto, al gusto estético quiero decir, por ese tipo de representaciones. Convertir al presidente Juárez en un indio de piel morena, representar sus momentos de fracaso y no sólo de triunfo, hacerlo protagonizar películas y telenovelas, lo hizo asequible a otros públicos. En este sentido, Juárez se convirtió (como suele ocurrir en muchos otros casos) en un objeto político susceptible de apropiación cotidiana. 

Sería ingenuo pensar que la difusión de los mitos y las imágenes juaristas es ajena al poder político, pero también reduccionista suponer que son sólo causas partidarias las que movilizan los símbolos patrios. En la medida en que estos son aceptados por la población, reconocidos y reivindicados por distintos grupos, se convierten también en objetos culturales, en referentes de identidad. 

A lo largo de la historia, ¿cuáles son los momentos más significativos en los que la figura de Juárez fue utilizada por los gobiernos mexicanos?

El primer gobierno que hizo un esfuerzo calculado (acaso el más exitoso) por utilizar la figura de Juárez a su favor fue el de Porfirio Díaz. Esto ocurrió, como señalé antes, a partir de 1887, cuando el poder presidencial se encontraba plenamente afianzado. Tras la caída del régimen, Juárez siguió asociándose con la figura presidencial y su imagen se mantuvo como un referente fundamental de la cultura cívico patriótica. Esto se hizo más evidente a finales de la década de los cincuenta. La señalada admiración de Adolfo López Mateos por la figura de Juárez revitalizó la oficialización del prócer en ese sexenio presidencial, en el que, además, se celebró el centenario de la expedición de las Leyes de Reforma. Sin embargo, el impulso más vigoroso fue el que habilitó la primera generación del Libro de Texto Gratuito, en 1960. A partir de entonces, se consagró nuevamente la figura de Juárez como uno de los referentes más importantes del consenso educativo nacional. Otro momento de marcada importancia para el homenaje oficialista a la figura de Juárez es el citado 1972 Año de Juárez, aniversario del centenario luctuoso y escenario de una imponente (también excesiva y hasta caricaturesca) celebración nacional. 

En los últimos años hemos visto que el presidente Andrés Manuel López Obrador retomó a Benito Juárez como una figura principal en su discurso, pero al mismo tiempo hemos sido testigos de pintas en el Hemiciclo a Juárez como manifestación de protesta de grupos feministas o intervenciones de pinturas tras la toma de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. ¿Cuál es su lectura sobre la imagen de Juárez en la actualidad?

Como he señalado antes, lo usos políticos de la figura de Juárez han sido constantes a partir de su muerte y particularmente en el siglo XX han estado muy asociados (aunque no sólo) a la figura presidencial. En ese sentido, la admiración que promueve el régimen actual no es de ningún modo inédita. De hecho se asienta sin mayores inconvenientes en las líneas de interpretación y representación más tradicionales y difundidas del legado juarista. Lo que sí me parece nuevo es el auditorio, o más bien los auditorios, que reciben ese mensaje enunciado desde el poder. Lo que ha cambiado es la forma de interpretar el mensaje juarista en boca de un régimen que no sólo se asume popular sino que en efecto se sostiene sobre bases populares. Otro aspecto a destacar es el hecho, obvio pero no por ello menos importante, de que Juárez ya representa, para muchas generaciones de mexicanas y mexicanos, la encarnación misma del Estado y sus instituciones y, en esa medida, es susceptible de convertirse (muy literalmente) en objeto de ataques, burla o denuncia. La monumentaria cívica se carga de significados que sus creadores no necesariamente anticiparon y que ningún gobierno está en condiciones de controlar. 

De igual modo, es crucial recordar que la figura póstuma de Juárez no puede ser la del político de carne y hueso: otra obviedad sobre la que conviene reflexionar. Porque los monumentos (tallados en mármol o representados en óleos y hojas sueltas de monografía) son en sí mismos construcciones cuyo significado y formas de apropiación cambian. En ese sentido, no deja de llamar la atención la mayor plasticidad de la imagen de Juárez en la actualidad. Los increíbles y simpáticos collages de Francisco Toledo sobre Juárez, o bien los peculiares retratos de Aceves Navarro (“Mi Juárez de todos los días”, 2006), se alejan de la solemnidad habitual del referente civil y ponen en franca duda la claridad y contundencia del típico ícono juarista. Esto por no hablar de los memes, stickers y gifs que hoy circulan profusamente en redes sociales y que proyectan imágenes altamente disonantes respecto de la iconografía juarista oficial. Es curioso porque algunas de ellas recuerdan a las caricaturas satíricas (altamente críticas) que circulaban en la feroz prensa opositora al gobierno Juárez. Nos las recuerdan no porque estas nuevas imágenes se dediquen a cuestionar al político de carne y hueso sino porque vuelven otra vez dúctil y dinámica su imagen, o bien porque denuncian abiertamente su rigidez. 

La vandalización de imágenes o monumentos a Juárez puede ser el resultado de una denuncia política, constituye una condena simbólica pero no lo es del personaje en sí sino de aquello que representa. Lo mismo ocurre con la parodia visual que es, a su modo, una forma de disidencia que acaso no es política pero sí estética, en el sentido de que hace gozosas o atractivas otro tipo de imágenes.

Juárez combatiendo el Covid-19 en las calles de Oaxaca. Imagen: Colectivo Line-Marker.

Recientemente la editorial Grano de Sal y la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM publicaron su libro El culto a Juárez: la construcción retórica del héroe. ¿Qué motivó su investigación? ¿Por qué eligió la figura de Juárez y no la de otros héroes nacionales como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Francisco I. Madero, Emiliano Zapata o Francisco Villa?

Mi libro sobre Juárez es el producto de una investigación de varios años. Cuando me inicié en ese proyecto (finales de 2008) mi principal interés era estudiar los fenómenos de mitificación o enaltecimiento de personajes y hechos históricos emblemáticos. Me decanté por Juárez, no diré que por accidente pero tampoco por convicción. Es decir, que mi curiosidad no fue propiamente el resultado de mi admiración o interés por el personaje histórico sino por el de su longeva y ubicua presencia póstuma. Me pareció interesante que pareciera, en cierto modo, aun más importante que Hidalgo. Me parecía curioso que no siendo el Padre de la Patria, Juárez hubiera mantenido un lugar tan protagónico en el panteón cívico. También llamó mi atención literalmente la cantidad de alusiones a Juárez en México, porque en efecto no hay un héroe con más calles, escuelas, bustos, objetos, billetes… A pesar del antijuarismo que ha existido y aún existe en México, su presencia como símbolo patrio parece inherente a nuestra nacionalidad y pensé entonces (lo fui confirmando con los años) que eso no podía deberse nada más a lo que Juárez hizo en vida, sino a todas esas formas y significados que su figura fue adquiriendo tras su muerte. Desde luego que no es el único caso interesante en el panteón cívico mexicano, pero acaso es uno de los más representativos, más longevos, y en cierto sentido más diversos. En cualquier caso, parecía un gran pretexto (desde luego no es el único) para estudiar las diversas formas de nuestra nacionalidad, de nuestros referentes políticos e identitarios. En este sentido, vivo convencida de que la política debe estudiarse no sólo desde el punto de vista de las instituciones y las personas que forman parte de ellas, sino también a partir de sus representaciones, de su presencia en el espacio público, en el arte y en la cultura popular. 

Para saber más

Villalobos Álvarez, Rebeca, El culto a Juárez: la construcción retórica del héroe (1872-1976), México, Grano de Sal y Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2020.

Weeks, Charles A., El mito de Juárez en México, México, Editorial Jus, 1977.

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