A lo largo del siglo XVI, las epidemias fueron un problema constante en la vida económica, política y social de las ciudades europeas. En ellas, se propagaron enfermedades como la peste, el tifus, la viruela y la sífilis; lo que provocó, por un lado, un impacto demográfico que afectó las actividades laborales, comerciales y de recreación de la población, y por el otro, una conmoción en el ánimo colectivo que originó distintas formas de interpretar la situación vivida y actuar frente a ella.
En este caso, me avocaré al estudio de ésta última al revisar cómo y por qué a finales del siglo XVI, se propuso la creación de espacios para la reclusión, castigo y corrección de las mujeres prostitutas, delincuentes y vagabundas en los distintos territorios de la Monarquía Hispánica, como una forma de hacer frente a la enfermedad de la sífilis. De este modo, se podrá tener un acercamiento a las emociones, creencias e ideas de los sujetos que padecieron la epidemia en el siglo XVI y, a partir de ello, ver cómo percibieron y reaccionaron ante una enfermedad como la que actualmente se vive con la del coronavirus.
- La epidemia, un malestar de las ciudades

Grabado de L. Sabatelli sobre la plaga de Florencia (1348) basado en la descripción del Decamerón, en el cual se refleja del mal estado de las ciudades durante las epidemias. Imagen tomada de: http://blog.wellcomelibrary.org/2018/01/plague-in-italy-and-europe-during-the-17th-century/
El pauperismo, hasta ese momento se había atendido a través de la acción caritativa, una práctica promovida principalmente por las ordenes mendicantes bajo la idea de que la pobreza era una virtud evangélica. En sentido opuesto, la nueva forma de pensar la pobreza, juzgó que, en lugar de dar limosna al pobre, se le debía erradicar a través de la enseñanza de oficios que eliminaran el ocio y permitiera a los pobres trabajar y ganarse la vida. De este modo, autores como Luis Vives (1526), Miguel Giginta (1579) y Cristóbal Pérez de Herrera (1595), propusieron la creación talleres, asilos y recogimientos y otros lugares donde se pudiera llevar esto a cabo.- purgar los pecados y calmar la furia divina

Mujeres recibiendo remedios para tratar la enfermedad de la sífilis. Imagen tomada de https://www.akg-images.com/archive/-2UMDHUHPOQPK.html
Los remedios que se aplicaron para tratar la sífilis, fueron en principio el uso de sangrías y purgantes y luego, el empleó del mercurio en forma de ungüento y en baños de vapor. Posteriormente, se utilizó el guayacan, un árbol de América Central que Fernández de Oviedo en su Historia natural de las Indias (1526) identificó como supuesta cura para la enfermedad, por lo que su madera se comenzó a comercializar para remediar el mal de los dolientes a través de infusiones y también vaporizaciones que tenían una duración de entre treinta y cuarenta días. Al tratarse la sífilis de una mal venéreo, los tratamientos que se aplicaron para su cura, fueron considerados como un castigo, una purga expiatoria donde el cuerpo y el alma de quienes habían ofendido a Dios, se purificaba con los baños de vapor para pagar los pecados cometidos. Así, mientras con el guayacan se administraba una penitencia rápida, el mercurio representaba una purga expiatoria, en la que los enfermos podían sufrir entre otras cosas intoxicación, parálisis y la pérdida de su cabello y dentadura. Ante esta situación, las relaciones ilícitas como la mancebía, el adulterio y la prostitución que hasta el momento habían gozado de un margen de tolerancia, comenzaron a tener una carga peyorativa, por un lado, al ser condenadas la mancebía y el adulterio en el Concilio de Trento (1545-1563), donde se declaró al matrimonio como un sacramento y, en segundo lugar, por asociar este tipo de tratos con la propagación de la enfermedad de la sífilis. En este entendido, este tipo de prácticas, principalmente la de la prostitución, comenzaron a ser perseguidas y castigadas. Las casas de mancebía, que eran lugares públicos donde se practicaba la prostitución con autorización de la Corona por considerar que evitaban la existencia de males mayores como el rapto, el estupro, el incesto o la sodomía; comenzaron a ser atacadas por los opositores a dichas prácticas, como los jesuitas, quienes acusaban a las mujeres públicas de cometer pecado mortal porque, señalaban, hacían “acto torpe” al expulsar el semen del hombre para no quedar preñadas. De esta forma, los jesuitas se dedicaron a asistir a las casas de mancebía durante los domingos y días festivos, donde entraban para correr a los clientes y cerrar por ese día la casa, para luego llevar a cabo una labor de predicación dirigida hacia las prostitutas con la que se buscaba motivarlas a que abandonaran su mala vida y se enmendaran.
Fuente: Drick van Baburen, The procuress, Landesmuseum, Mainz, 1623. Imagen tomada de https://www.pubhist.com/w9735.
Igualmente, se comenzó a juzgar la manera en cómo éstas mujeres, junto con las delincuentes y vagabundas, eran castigadas, esto era a través de actos de vergüenza pública donde de acuerdo a la falta cometida podían ser azotadas o desterradas. El motivo que se señalaba era, que este tipo de penas contrario a causar la corrección de las procesadas para que no reincidieran en sus delitos y pecados, lo que hacía era darles fama para que una vez conocidas públicamente, quien quisiera solicitarle sus favores podría acercarse con conocimiento a ellas. De este modo, Magdalena de San Jerónimo elaboró su tratado sobre las galeras de las mujeres. En él, señaló que, ante los vicios del hombre, Dios había desenvainado la espada de su divina justicia con muchos y graves azotes para que el pecador “por la fuerza fuera cuerdo y por el temor hiciese virtud”. De manera que era necesario refrenar y castigar a los malhechores y delincuentes, principalmente a las mujeres quienes, calificó, llevaban ventaja en maldad y pecados a los hombres, siendo que con su desvergüenza habían ofendido a Dios y a la justicia, y, además, habían dañado a la república “pegando mil enfermedades asquerosas y contagiosas a los tristes hombres” que se juntaban con ellas, quienes a su vez se las pegaban luego a sus mujeres, contagiando así a mucha gente. La resolución de Magdalena de San Jerónimo era recoger y castigar a aquellas que con sus delitos y pecados habían ofendido a Dios para que recluidas purgaran sus penas y fueran instruidas en la virtud para su reconciliación. Esta forma de castigo, era pensada de forma similar a los remedios que se administraban para la cura de la sífilis, en este caso, la purificación del alma de los pecadores se llevaba a cabo no a partir de vaporizaciones si no con el encierro en la galera.- Forma y traza de la Galera de mujeres

Fuente: Imagen tomada de: https://www.publimetro.com.mx/mx/bbc-mundo/2018/07/14/la-historia-de-la-primera-gran-epidemia-de-una-enfermedad-de-trasmision-sexual-y-por-que-culparon-a-america.html
Consideraciones finales De acuerdo con los estudios que Margarita Torremocha ha realizado al respecto de las galeras de mujeres, parece ser que estos sitios descritos por Magdalena de San Jerónimo no se llevaron a cabo o al menos no con el rigor y las características que ella establecía. Sin embargo, este tratado que entregó a Felipe III, permite ilustrar una de las múltiples maneras de cómo los individuos han reaccionado ante un momento de incertidumbre como fue el provocado por la epidemia de sífilis del siglo XVI. A partir de ello, se aprecia que las enfermedades pueden ser interpretadas de distintas maneras en virtud de las creencias, ideas e intereses de quienes las padecen. Asimismo, que este tipo de fenómenos en consecuencia, promueven el replanteamiento de distintos temas de la vida diaria como fue en el caso de la sífilis, la situación de las relaciones extramaritales, la práctica de la prostitución y las formas de castigo a las mujeres pecadoras y delincuentes. De este modo, las epidemias no resultan ser únicamente un asunto de salud, sino que también se convierte en un tema social y cultural en el que todos como sociedad, sin importar si padecemos o no la enfermedad, estamos inmersos a partir de nuestra percepción y actuar frente a ella.